martes, 12 de marzo de 2013


No me gaste las palabras: posibilidades y límites de las Crisis de Masculinidad


Podríamos esperar que las crisis de identidad genérica estuviesen ajenas a resistencias en la sociedad, o en el mejor de los casos, que los cambios culturales en la misma las potenciaran, mas todo ello no suele confabularse en un mismo contexto. La historia nos muestra de frente como estas conquistas nunca han sido posibles sin una lucha y esfuerzo previo de personas interesadas en el cambio, el día nunca acaba cuando siempre nos espera en el horizonte el amanecer; esto no es ajeno a las Crisis de Masculinidad.

Aunque las Crisis de Masculinidad suelen aparecer como un tema nuevo a inicios del presente milenio una de sus primeras expresiones se puede rastrear a mediados del siglo XVII (1650-1660), periodo en el cual se hizo presente el movimiento de las Preciosas Francesas, las cuales son consideradas  como una de las primeras expresiones de feminismo por ciertos autores y autoras. Precisamente para Badinter, las mujeres de dicho movimiento reflejaban un cambio de actitud que desafiaba los valores que definían el status social del momento, según ella la Preciosa era:

[…] una mujer emancipada, que propone soluciones feministas a su deseo de emancipación […] Reclama el derecho al saber y ataca la base de la sociedad falocrática: el matrimonio. Contra el autoritarismo del padre y el marido, las preciosas se muestran definitivamente hostiles al matrimonio de conveniencia y a la maternidad. (Badinter citada por Montesinos, 2002, p. 72,).
Esta actitud revolucionaria demandaba un comportamiento distinto por parte de los hombres, demandas que desafiaban al status quo de la época, ya que  exigían una fidelidad absoluta de los hombres, según la autora, se trata entonces de un caso que revierte la relación de dominación, ya que se recrimina la actitud violenta de los hombres, el papel dominante del marido y el rol del padre autoritario. Todo ello influenció a un pequeño número de hombres de la época denominados los “Preciosos”.

A pesar de su pequeño número, el cambio surgido en la masculinidad de los Preciosos se reflejó en las cortes europeas:

Adoptaron una moda femenina  y refinada –pelucas largas, plumas extravagantes, golillas, lunares postizos, perfumes colorete- que sería imitada posteriormente. Los hombres que se querían distinguidos convertían en una cuestión de honor  el parecer civilizados, corteses y delicados. se abstenían de mostrar sus celos y de aparentar ser unos tiranos domésticos. Lentamente, los valores femeninos progresaron entre la “buena sociedad” hasta el punto de ser dominantes durante el siglo posterior. (Badinter citada por Montesinos, 2002, p. 73).
Como se puede apreciar en ésta primera crisis, las luchas generadas por las Preciosas decantaron en una crítica severa a los valores dominantes que configuraban la masculinidad de ese siglo en Francia, no obstante, esa actitud fue duramente criticada por la corte británica, la cual defendió a más no poder la separación entre las conductas que debía exhibir un hombre de las de la mujer.

Ahora bien, del mismo modo en que las Preciosas presionaron para que lograran esas conquistas en la sociedad francesa, y teniendo como resultado una modificación de la masculinidad de ese entonces, en la actualidad hay ciertos factores/conquistas de los movimientos feministas del Siglo XX que posibilitan nuevas Crisis de Masculinidad. A continuación se describirán brevemente cuatro de estos factores, sin que eso implique un reduccionismo de todas las conquistas de los movimientos feministas, por el contrario, al ser tan amplias la luchas y conquistas, se rescataran aquellas que han influenciado de manera trascendental a las crisis que este texto hace referencia.
  
  1.      La inserción de la mujer en el espacio laboral: A principios del siglo XX las guerras mundiales y posteriores acontecimientos históricos posibilitan una mayor inserción de la mujer en el mercado laboral, en un primer momento en tareas relacionadas con la guerra y posteriormente a los conflictos se ven involucradas en el área de servicios. Ello acarrea una redefinición de la división sexual del trabajo, ya que, ahora las mujeres no estaban confinadas al espacio privado donde su labor no era remunerada. AL incorporarse a nuevos espacios se imponen nuevas condiciones, tanto económicas como a nivel de la conquista del espacio público, así, se anclan las bases materiales para su independencia respecto a la dominación masculina.


  1. 2.   La transformación de la familia nuclear: En consecuencia a lo anterior, el hombre empieza a darse cuenta que la erosión de las bases que posibilitan su dominio sobre la mujer ha empezado, incluso, su rol como proveedor único de la familia empieza a ser compartido con aquellos seres que se esperaban ser confinados a las labores del hogar, poniendo entredicho la superioridad de los hombres sobre las mujeres: inicia un cambio cultural.

Si bien es cierto no bastó con que las mujeres saliesen de su hogar a ganar un salario para una transformación radical, ni para ganar autoridad a lo interno de la familia, si se logra un malestar de los sectores conservadores de la sociedad, los cuales estigmatizaban las relaciones en donde, tanto hombre como mujer, se dedicaran a trabajar. Incluso en un primer momento la doble jornada laboral evidencia la resistencia del entorno a una liberación completa, es decir, exhibe como el autoritarismo masculino aún estaba vigente –y lo sigue estando en la actualidad, pero en un grado diferente-.

No obstante, con el pasar del tiempo, ese linchamiento social al trabajo de la mujer se transforma –y lo sigue haciendo- poco a poco, generando nuevas conductas masculinas que potencian la inserción de la mujer en el ámbito laboral, es decir, ante el cuestionamiento de la conducta masculina tradicional emergen nuevas formas de actuar por parte de los hombres.

  1. 3.      La conquista del espacio público: Como bien lo mencionan las palabras anteriores, este cambio de actitudes y formas de ver el rol de las mujeres en la sociedad generan posteriormente una conquista, no una concesión por parte de los hombres. Aclaro esto, porque el punto anterior puede interpretarse como si ante el cambio son los hombres los que dan el brazo a torcer. No, ante las conquistas las actitudes de los hombres generando graduales en la formación y reproducción de masculinidades en la sociedad. 

Ahora bien, un elemento que puede ejemplificar como se da la conquista gradual del espacio público por parte de las mujeres es su inserción en las universidades, a pesar de ello, es estos espacios se ve una división de carreras entre hombres y mujeres, predominando unos u otras en alguna de ellas, generalmente los hombres acceden a carreras donde se ejerce el poder con mayor franqueza. Es decir las identidades masculinas no se modificaron al mismo tiempo que las femeninas con sus conquistas.

En palabras de Montesinos, no necesariamente la transformación de la identidad femenina provoca un cambio inmediato en la masculina, advirtiendo como la “[…] cultura evoluciona menos rápido que la política y la economía, la identidad masculina no respondió al tiempo de la dinámica del cambio en las identidades femeninas.” (Montesinos, 2002, pág. 158), es decir, la cultura tradicional fomento resistencias en los espacios públicos donde la mujeres se fueron insertando, con el tiempo, muchas de esa resistencias y patrones de comportamiento dejaron de tener sentido.


  1. 4.       La mujer como sujeto sexual: El último factor es la revelación de la mujer a ser tratada como objeto sexual. El hecho de que el pacer sea reconocido como un derecho femenino implica que la sexualidad placentera sea un proceso que libere tanto al hombre como a la mujer del peso de una reproducción sin control alguno. La aparición de los métodos de anticonceptivos libró a las mujeres del peso de estar destinadas a procrear hijos e hijas sin control, pero a la vez liberó al hombre de la carga económica que eso conlleva. Esto, en términos de la masculinidad, tumba otro mito en donde se “es más macho en tanto se pueda procrear más hijos”.


Esta suerte de factores o fenómenos reflejan un proceso amplio de cambio social reflejado en la transformación cultural, erosionando el plano de las relaciones genéricas tradicionales, pero aún más importante para el presente texto, modificando la concepción de la masculinidad para los hombres y las mujeres, y también viceversa.
Antes de proseguir con la descripción de las Crisis de Masculinidad hay una pregunta que debe ser respondida, si bien es cierto las conquistas propiciadas por los movimientos feministas: ¿Todos los feminismos posibilitan las Crisis de Masculinidad?

¿Todos los feminismos posibilitan las Crisis de Masculinidad?

No[1], y voy a ser muy cuidadoso al abordar este aspecto. Hay dos tipos de Feminismos que pueden, en el peor de los casos inhibir la conformación de nuevas masculinidades debido a dos principales razones: no generan las condiciones óptimas o, simplemente, no se cree en la esperanza para el cambio por parte de los hombres, lo veremos un poco más detallado a continuación.

El primer tipo de feminismo es el Feminismo de la Igualdad, el cual suele ser considerado como la corriente ideológica que comenzó a tratar formalmente la condición de opresión en la cual se sometía a la mujer, no obstante el discurso de este movimiento, según Montesinos “[…] mantiene como ideal el ser masculino y por lo tanto busca identificar a las mujeres a partir de este ideal, que serían los atributos y capacidades asignados a la masculinidad.” (2002, pág. 20).

Lo anterior hay que entenderlo a partir del contexto en el cual las mujeres buscan insertarse en el mercado laboral, algunos podrían pensar que al adoptar  algunas características masculinas lo hacen con tal de ser acopladas en el medio, de la misma forma en que la palabra género sustituyo en el ámbito académico a la palabra mujer. [2]

Ahora bien el problema principal es que en un principio dicho feminismo no cuestiona el ejercicio del poder masculino, ni se plantea que los hombres se involucren en las labores del hogar, se podría decir entonces, que su planteamiento es la búsqueda de una mujer igual al hombre, siendo lo masculino lo que tiene mayor dominio, y par acceder a los espacios de poder se deben apropiar ciertas características propias de  ese género; esto, no cuestiona los factores culturales que afectan los hombres y a las mujeres, en palabras de Sandra Harding: 
“[...] piden  a las mujeres que cambien aspectos importantes de su identidad de género por la versión masculina, sin que prescriban un proceso similar de “desgenenerización” para los hombres.” (1996, pág. 48).

Ese proceso de “desgeneralización” en los hombres no es posible debido a que los factores y la posición de poder en el espacio público persigue el ideal de las características del género masculino, imposibilitando que el hombre se acerque o se interese por recuperar aspectos del espacio privado, el resultado: la Masculinidad Tradicional se mantiene intacta. No obstante, hay que comprender el contexto y las circunstancias en las cuales se dio este planteamiento, lo que se desea destacar es cómo la reproducción del mismo en el actual contexto impregnado por los 4 factores ya abordados en líneas anteriores, puede implicar un retroceso en la conformación de nuevas masculinidades.

Por otra parte, el otro tipo de feminismo que puede cerrar las puertas a una transformación en las masculinidades tradicionales, es el Feminismo de la Diferencia, el cual es visto para algunas personas como una posición extrema; su principal problema para la masculinidad: la ausencia de definición y conceptualización del hombre.

En el discurso de este tipo de feminismo se centra en la mujer, aduciendo su falta de universalidad, por ende, se considera y se estudia a la mujer de forma aislada contradiciendo lo dicho por Kimel: “[…] masculinidad y feminidad son construcciones relacionales […] nadie puede comprender la construcción de la masculinidad o de la feminidad sin que la una haga referencia a la otra.” (2002, pág. 13).

Una de las posiciones extremas dentro de este tipo de feminismo es idealizar lo femenino, y por tanto criticar y excluir lo masculino, buscando siempre una nueva conceptualización del ser mujer rompiendo los atributos otorgados por el sistema patriarcal, pero que, no se asemejen a los otorgados al género masculino, como lo hace el Feminismo de la Igualdad.

Una de sus posiciones es la búsqueda y deconstrucción del concepto de mujer logrando trascender el discurso masculino que  liga a la mujer como un “cuerpo para otros”, e otras palabras, buscan una conceptualización en donde el se mujer no gire en torno a su función reproductiva sino que se acerque a una definición en función de los campos de interacción social. Esta concepción es el esencialismo, cuyo objetivo es “[…] la revalorización de la feminidad, la cual ha sido devaluada en el discurso centrado en el hombre.” (Rossanda citada por Montesinos, 2002, p. 22).

Todo lo anterior posee reflexiones liberadoras para el género femenino, pero excluyentes para lo masculino, el cual no tiene cabida, o en el peor caso, posibilidad para su transformación liberadora, incluso, generando el rechazo de ciertos hombres a los movimientos feministas;  Butler hace una advertencia al respecto al respecto al mencionar que:

En realidad, la división en el seno del feminismo y la oposición paradójica a él por parte de las «mujeres» a quienes dice representar muestran los límites necesarios de las políticas de identidad. La noción de que el feminismo puede encontrar una representación más extensa de un sujeto que el mismo feminismo construye tiene como consecuencia irónica que los objetivos feministas podrían frustrarse si no tienen en cuenta los poderes constitutivos de lo que afirman representar. Este problema se agrava si se recurre a la categoría de la mujer sólo con finalidad «estratégica », porque las estrategias siempre tienen significados que sobrepasan los objetivos para los que fueron creadas. En este caso, la exclusión en sí puede definirse como un significado no intencional pero con consecuencias, pues cuando se amolda a la exigencia de la política de representación de que el feminismo plantee un sujeto estable, ese feminismo se arriesga a que se lo acuse de tergiversaciones inexcusables. (Butler, 2007, pág. 51).
En efecto, recientemente se ha considerado que el feminismo es una teoría liberadora tanto para la mujer como para el hombre, de este modo, la o el sujeto del cual es señalado por el Feminismo de la Diferencia es sobrepasadado, y se constituye en una esperanza para grupos no conceptualizados que sobrepasan la lógica binaria de las categorías “hombre” y “mujer”, el abanico de posibilidades es infinito, las luchas crecen cuando el o la sujeto no son limitados por el concepto.

En efecto, se deja atrás la antigua duda esbozada por Shakespeare en su obra Hamlet “Ser o no ser … He ahí el dilema”, y se sustituye por una reflexión en dónde el o la sujeto es y no es al mismo tiempo: se es cuanto existe un concepto previo al o la sujeto que lo encasilla, y no es en cuanto la definición de este concepto limita y excluye cualquier otra posibilidad de  ser. En el horizonte  está romper con las barreras, en el amanecer nuevas posibilidades para el sujeto, nuevas esperanzas y conceptos liberalizadores.

Una de estas esperanzas es la formación de nuevos tipos de masculinidad por medio de las Crisis de Masculinidad, las cuáles se abordarán a continuación.

Crisis: ¿Es un sueño o una pesadilla?

Recuerdo, y espero hacerlo bien, que en una de las clases de un curso que abordaba el tema de las crisis la profesora del mismo nos mencionó que éstas pueden potenciar un cambio radical en la persona, o por el contrario, sofocarla hasta sus límites. En el caso de las Crisis de la Masculinidad esto dependerá en qué condiciones la persona esté para afrontarlo, así como los servicios que tenga a su alcance.

Es bien sabido que en ciertos países la oferta institucional para tratar el tema de la violencia  y género en los hombres son escasas, o nulas; la atención de esta temática en el mejor escenario se da en el último recurso que pueda ofrecer la sociedad: la cárcel.
Lo señalado anteriormente es un alarmante indicador que las sociedades y gobiernos han de tomar en cuenta en aras de afrontar esta realidad, demostrando que tan comprometidos están en temáticas como la reducción de la violencia, la inequidad entre géneros, la discriminación sexual entre otros.

Ya cerrado este inesperado paréntesis, es menester señalar, o recalcar, que las Crisis Masculinas corresponden a un proceso cultural, que a partir de los años setenta específicamente ha presionado contra la Masculinidad Tradicional. Se han puesto en duda las estructuras discursivas que relacionan al hombre con características tales como el valor, la fortaleza, la racionalidad y la autoridad, este cuestionamiento no se ha detenido, por el contrario se ha profundizado, o al menos, se ha iniciado el debate en algunos sectores de las sociedades.

Este nuevo contexto señala el cambio de valores como un primer paso, no obstante, esto suele infundir temor a los sectores dominantes de la sociedad, esto lo reflejo la sociedad norteamericana en los años setenta cuando los movimientos feministas hicieron su aparición en la opinión pública, este fue, uno de los primeros cuestionamientos a actitud autoritaria del hombre, se convierte en una crítica al perfil masculino que no corresponde con las demandas de la sociedad moderna, en palabras de Kaufman: “ Lo que no está realmente en juego no es una hombría biológica, nuestro sexo, sino nuestras nociones de la masculinidad históricamente específicas, socialmente construidas e incorporadas individualmente.” (1989, pág. 19).

De este modo la erosión de las estructuras ideológicas y psicológicas que otorgan al hombre su  estabilidad emocional se manifiestan atentando contra la seguridad del sujeto; y es ahí donde el hombre empieza el camino a reconocer emociones y cualidades asignadas al género femenino, chocando con las estructuras hegemónicas de lo que representaba ser “hombre”, es decir, la Masculinidad Tradicional se pone entredicho.

El resultado, una contradicción en el hombre dónde no sabe qué papel ha de jugar, ni que incidencia tiene en el proceso de cambio cultural, este proceso abstracto se materializa en el ámbito privado, cuándo se procede a negar el reconocimiento a la autoridad asignada tradicionalmente al hombre.

Ahora, vayamos más allá de lo aparente, veamos un aspecto muy interesante: la violencia interiorizada por el hombre en el proceso de socialización. A lo largo del proceso de socialización del hombre, es decir en sus diferentes etapas, la violencia es introyectada como un mecanismo de resolución de conflictos, e incluso por más sorprendente que parezca, como una forma de expresar cariño entre pares.

Esta aparente dicotomía violencia-cariño adquiere sentido entre hombres ya que desde jóvenes se les enseña a manifestar su respeto o admiración por medios sutiles de violencia, desde golpes hasta insultos, no es de extrañarse, al menos en la sociedad costarricense, un saludo entre buenos amigos venga acompañado de algún insulto o golpe, del mismo modo que no es de extrañar esperarse que esos mismos sujetos rechazan cualquier muestra de afecto cariñosa de parte de otro hombre hacia ellos, puesto que lo ven como ajeno, incluso, extraño.

Al hombre se le enseña desde chico a ser violento para expresar sus emociones, sean estas muestras de cariño o de agresividad pura, este es un tipo de violencia promovida por un sistema patriarcal que no da vías alternas de expresión de emotividad o resolución de conflicto, resultando hiriente para los mismos involucrados aunque ellos no se den cuenta, tal como menciona Montesinos:

De tal forma que no resulta válido que es solo el género femenino el afectado al estar excluido del poder, sino que en una estructura de poder patriarcal, para los mismos hombres, la violencia resulta conflictiva, destructiva, degenerativa, etcétera, aunque sean ellos mismos quienes la ejercen. (2002, pág. 107).

Todo esto se expresa en todas las formas de violencia, desde la explicita: golpes, patadas, insultos; hasta la simbólica, esos micromachismos encarnados en el habitus[3]. Esta presencia violenta en la identidad masculina es posible debido al poder social que se le asigna al hombre simbólicamente, poder que termina siendo coercitivo, ya que va en contra del mismo individuo masculino, individuo que tiene que soportar la carga de una serie de valores depositados en él por una sociedad previa a éste.

Es así que por medio de la cultura, al hombre se deposita una serie de mensajes que expresan las actitudes y conductas para ser el hombre que la sociedad desea, así,  los límites impuestos a la identidad masculina apuntan a una serie de estereotipos: el hombre machista, paternalista, el misógino, , el fugitivo, el excéntrico, todos ellos son formas de representación de una sociedad patriarcal que hace de la vida cotidiana para hombres y mujeres un gran sufrimiento.

Esta carga impuesta a los hombres está acompañada de recompensas toleradas y promovidas por la sociedad, desde el reconocimiento social, hasta por irracional que aparezca, la colección de prendas femeninas, todo ello se confabula para consolidar la identidad del género masculino frente a la otredad definida por la sociedad patriarcal, según Butler, el cuerpo masculino frente al femenino, es negado gozando así de una libertad radical.

Ese sujeto es abstracto en la medida en que no asume su encarnación socialmente marcada y, además, dirige esa encarnación negada y despreciada a la esfera femenina, renombrando efectivamente al cuerpo como hembra. Esta asociación del cuerpo con lo femenino se basa en relaciones mágicas de reciprocidad mediante las cuales el sexo femenino se limita a su cuerpo, y el cuerpo masculino, completamente negado, paradójicamente se transforma en el instrumento incorpóreo de una libertad aparentemente radical. (2007, pág. 59).
La libertad y poder otorgado a los hombres en el ámbito público implica un costo, la renuncia a explorar características confinadas al espacio privado, actitudes negadas por el sistema patriarcal, en consecuencia, uno de las peores consecuencias que los hombres sufren en sus intentos para pagar las cuotas que reafirmen los estereotipos machistas es la censura de otras cualidades asignadas al género femenino, en el peor de los casos, estas acciones se convierten en una constante autocensura del sujeto y sus situaciones particulares.

Dichas acciones son puestas en duda, en un principio, debido a la incursión de las mujeres en el ámbito público, como ya se ha mencionado en varias ocasiones, se pone en duda el rol proveedor del hombre generando dos procesos: el inicio de la creación de las condiciones materiales para el inicio de la conquista de las mujeres del ámbito privado, y, aunque no de manera simultánea sino un poco más tardía, el inicio del cuestionamiento de la Masculinidad Tradicional.

Este segundo proceso, algunos hombres son cada vez más conscientes de los problemas y de las cadenas que el sistema patriarcal les impone; no de extrañar, que muchos de ellos se identifiquen con movimientos feministas moderados, sufriendo graves y dolorosas contradicciones entre la dicotomía moderna del pensar y sentir.[4]

Incluso, en busca de una nueva identidad genérica para la masculinidad no es de extrañar el surgimiento de grupos sociales de hombres que apuestan por la construcción de nuevas identidades masculinas. Según Ramírez citado por Montesinos:

Asimismo, a una toma de conciencia de que la ideología masculina también oprime a los hombres y que al reproducirla cotidianamente nos convertimos en nuestros propios opresores. Como resultado de dichos procesos se empiezan a gestar movimientos de hombres para reflexionar sobre sus masculinidades y se problematiza la posibilidad de construir una nueva masculinidad que no este construida a base del poder. (2002, pág. 112).
En este aspecto hay muchas posiciones respecto a las nuevas contradicciones, desde las apuestas conservadoras como la de Bly quien sostiene encontrar la verdadera esencia masculina mediante nuevas formas de ejercer el poder. Hasta las propuestas como la de Bonio, que propone desmitificar las verdades que erigen la masculinidad, en lugar de encontrar una verdadera esencia masculina, ubicándolas en un contexto histórico fomentando que los hombres no se queden presos en una identidad. Logrando así, nuevas formas de descubrimiento intra e intergénero y consigomismos.

Las transformaciones implicarán cambios en varias dimensiones de la vida cotidiana de los hombres, desde nuevas formas de  paternidad, un cambio en el ejercicio de la sexualidad, respeto a las diferentes formas de diversidad sexual, sabiendo que la nueva masculinidad es parte de ellas, no ajena, ni externa, ni vertical, sino parte de los movimientos de liberalización de las cadenas del Patriarcado.

Limitantes y temores de lo planteado


Hasta el momento se ha explorado, de manera breve, las posibilidades de las Crisis de Masculinidad, no obstante en ella se encierra un gran riesgo, la instrumentalización de la teoría de género por parte de los hombres para seguir reproduciendo la lógica patriarcal, peor aún, seguir alienado a las cadenas de su propia opresión. Analicemos esta afirmación.

Específicamente nos referimos al caso de los hombres que en conocimiento de la Teoría de Género y de sus posibilidades, la usan como discurso para someter a terceros, sean mujeres, niños, adultos y adultas mayores, a sus caprichos, ya sean sexuales, de violencia o de otra índole. Un breve ejemplo de lo anterior, el hombre que se dice tener conciencia de género y usa su discurso para someter a sus caprichos sexuales a una mujer por medio del engaño, es decir, utiliza a otra persona como objeto sexual, reproduciendo lo criticado por el discurso del cual se apropia. Esto es llamado razón de mala fe, la cual según Orwell citado por Camacho funciona de la siguiente manera:

Saber y no saber, hallarse consciente de lo que realmente es verdad mientras se dicen mentiras cuidadosamente elaboradas, sostener simultáneamente dos opiniones sabiendo que son contradictorias y creer sin embargo en ambas; emplear la lógica contra la lógica, repudiar la moralidad mientras se recurre a ella […] olvidar cuanto fuera necesario olvidar y, no obstante, recurrir a ello, volverlo a traer a le memoria en cuanto se necesitara y luego olvidarlo de nuevo; y, sobre todo, aplicar el mismo proceso al proceso mismo. Esta era la más refinada sutileza del sistema: inducir conscientemente a la inconsciencia, y luego hacerse inconsciente para no reconocer que se había realizado una autogestión.  (1983, págs. 19-20)

En otras palabras es instrumentalizar la razón, Según Camacho, la Escuela de Francfort utiliza el término razón instrumental para designar la utilización inmediata y atomizada de la capacidad intelectual del ser humano, haciendo posible la alienación del o la sujeto, al respecto el autor menciona:

Se refiere entonces a esa interiorización de la alienación de la que hemos venido hablando, en la medida en que la incapacidad de buscar la superación de la contradicción hace que la mente se esclavice en lo inmediato, en lo penúltimo, lo que tiene función de medio y no de fin. (pág. 18).
Así, al Teoría de Genero, en lugar se der un mecanismo para la liberalización de los hombres y de las mujeres, se convierte en un instrumento para satisfacer, y sostener la posición privilegiada que el Patriarcado le otorga a la Masculinidad Tradicional. Lo que es mucho peor, renuncia a las posibilidades de su propia libertad y azota con las propias cadenas  del patriarcado a terceros que sufren en carne propia peores formas de discriminación y violencia, se convierte en un agente violento y esclavizador de si mismo y de los demás.

Dicha actitud es cobarde, debido a que el agente de estas acciones se muestra conforme con su posición en la sociedad patriarcal y usa una doble máscara para seguir reproduciendo su dominación. Es lamentable, puesto que termina dándole la razón al mismo sistema que lo oprime.

Esta aclaración, que tiene un poco de denuncia, puesto que en el diario vivir es común y factible estos escenarios. De este modo, y para continuar en la lucha no es válido hacer de la Teoría de Género un discurso para satisfacer necesidades propias, doblegando a tercereas personas. De ser así la vergüenza del acto mismo nos ha de marcar profundamente ya que usamos las mismas cadenas que nos esclavizan para infligir daño. La esperanza del cambio no se confina a la esclavización propia.

A estas personas les comparto las siguientes palabras de Benedetti en forma de denuncia:



“No me gaste las palabras
no cambie su significado
mire que lo que yo quiero
lo tengo bastante claro.

No me ensucie las palabras
no les quite su sabor
y límpiese bien la boca
si dice revolución.”






Bibliografía


Bourdieu, P. (1993). El Sentido Práctico. Madrid: Taurus.
Butler, J. (2007). EL Género en Disputa. Barcelona, España: Editorial Paidos.
Camacho, L. (1983). Razón en la Revolución y Revolución en la Razón. En L. Camacho, M. Freund, H. Gallardo, & E. Ramírez, Conocimiento y Poder (pág. 123). San José, Costa Rica: Editorial Nueva Década.
Harding, S. (1996). Ciencia y Feminismo. Madrid, España: Ediciones Morata.
Kaufman, M. (1989). Hombres. Placer, poder y cambio. Santo Domingo: CIPAF.
Montesinos, R. (2002). Las Rutas de la Masculinidad. Barcelona, España: Editorial Gedisa.
Popper, K. (1977). La lógica de la Investigación Científica. Madrid, España: Ed Tecnos.









[1] Debatible, ojalá se habrá debate con esta respuesta.
[2] Este aspecto ya fue abordado en la entrada “Feminismo y Masculinidad: El inicio de la Crisis.”.
[3] [3] Al respecto Bourdieu señala: “Los condicionamientos asociados a una clase particular de condiciones de existencia producen habitus, sistemas de disposiciones duraderas y transferibles, estructuras estructuradas predis-puestas para funcionar como estructuras estructurantes, es decir, como principios generadores y organizadores de prácticas y re-presentaciones que pueden estar objetivamente adaptadas a su fin sin suponer la búsqueda consciente de fines y el dominio expreso de las operaciones necesarias para alcanzarlos, objetivamente «reguladas» y «regulares» sin ser el producto de la obediencia a reglas, y, a la vez que todo esto, colectivamente orquestadas sin ser producto de la acción organizadora de un director de orquesta” (1993, pág. 93)

[4] Dicha dicotomía en la modernidad es afianzada por los planteamientos de Popper, aunque sean escritos haciendo referencia al campo de la producción de conocimiento, los mismos tienen relevancia en el presente texto debido a que la subjetividad, las emociones han de ser suprimidas en aras de generar una aproximación racional a la realidad, ese, mal llamado psicologismo, para el autor, no tiene cabida con las características racionales de la ciencia. De uno u otro modo, la ciencia prosigue aspectos patriarcales debido a que la racionalidad es una característica asignada al género masculino, su contraparte, la expresión de sentimientos y emociones, asignadas a l género femenino son suprimidas. Ejemplo de ello son las siguientes palabras: “Si lo que se trata de reconstruir son los procesos que tienen lugar durante el estímulo y formación de inspiraciones, me niego a aceptar semejante cosa como tarea de la lógica del conocimiento: tales procesos son asunto de la psicología empírica, pero difícilmente de la lógica. […] En la medida en que el científico juzga críticamente, modifica o desecha su propia inspiración, podemos considerar […]que el análisis metodológico emprendido en esta obra es una especie de “reconstrucción racional” de los procesos intelectuales correspondientes.” (Popper, 1977, pág. 31)