No me gaste las palabras: posibilidades y límites de las Crisis de Masculinidad
Podríamos esperar que las crisis
de identidad genérica estuviesen ajenas a resistencias en la sociedad, o en el
mejor de los casos, que los cambios culturales en la misma las potenciaran, mas
todo ello no suele confabularse en un mismo contexto. La historia nos muestra
de frente como estas conquistas nunca han sido posibles sin una lucha y
esfuerzo previo de personas interesadas en el cambio, el día nunca acaba cuando
siempre nos espera en el horizonte el amanecer; esto no es ajeno a las Crisis
de Masculinidad.
Aunque las Crisis de Masculinidad
suelen aparecer como un tema nuevo a inicios del presente milenio una de sus
primeras expresiones se puede rastrear a mediados del siglo XVII (1650-1660),
periodo en el cual se hizo presente el movimiento de las Preciosas Francesas,
las cuales son consideradas como una de
las primeras expresiones de feminismo por ciertos autores y autoras.
Precisamente para Badinter, las mujeres de dicho movimiento reflejaban un
cambio de actitud que desafiaba los valores que definían el status social del
momento, según ella la Preciosa era:
[…] una mujer emancipada, que propone soluciones feministas a
su deseo de emancipación […] Reclama el derecho al saber y ataca la base de la
sociedad falocrática: el matrimonio. Contra el autoritarismo del padre y el
marido, las preciosas se muestran definitivamente hostiles al matrimonio de
conveniencia y a la maternidad. (Badinter citada por Montesinos, 2002, p. 72,).
Esta actitud revolucionaria
demandaba un comportamiento distinto por parte de los hombres, demandas que
desafiaban al status quo de la época, ya que
exigían una fidelidad absoluta de los hombres, según la autora, se trata
entonces de un caso que revierte la relación de dominación, ya que se recrimina
la actitud violenta de los hombres, el papel dominante del marido y el rol del
padre autoritario. Todo ello influenció a un pequeño número de hombres de la
época denominados los “Preciosos”.
A pesar de su pequeño número, el
cambio surgido en la masculinidad de los Preciosos se reflejó en las cortes
europeas:
Adoptaron una moda femenina
y refinada –pelucas largas, plumas extravagantes, golillas, lunares
postizos, perfumes colorete- que sería imitada posteriormente. Los hombres que
se querían distinguidos convertían en una cuestión de honor el parecer civilizados, corteses y delicados.
se abstenían de mostrar sus celos y de aparentar ser unos tiranos domésticos.
Lentamente, los valores femeninos progresaron entre la “buena sociedad” hasta
el punto de ser dominantes durante el siglo posterior. (Badinter citada por Montesinos,
2002, p. 73).
Como se puede apreciar en ésta
primera crisis, las luchas generadas por las Preciosas decantaron en una
crítica severa a los valores dominantes que configuraban la masculinidad de ese
siglo en Francia, no obstante, esa actitud fue duramente criticada por la corte
británica, la cual defendió a más no poder la separación entre las conductas
que debía exhibir un hombre de las de la mujer.
Ahora bien, del mismo modo en que
las Preciosas presionaron para que lograran esas conquistas en la sociedad
francesa, y teniendo como resultado una modificación de la masculinidad de ese
entonces, en la actualidad hay ciertos factores/conquistas de los movimientos
feministas del Siglo XX que posibilitan nuevas Crisis de Masculinidad. A
continuación se describirán brevemente cuatro de estos factores, sin que eso
implique un reduccionismo de todas las conquistas de los movimientos
feministas, por el contrario, al ser tan amplias la luchas y conquistas, se
rescataran aquellas que han influenciado de manera trascendental a las crisis
que este texto hace referencia.
- La inserción de la mujer en el espacio laboral: A principios del siglo XX las guerras mundiales y posteriores acontecimientos históricos posibilitan una mayor inserción de la mujer en el mercado laboral, en un primer momento en tareas relacionadas con la guerra y posteriormente a los conflictos se ven involucradas en el área de servicios. Ello acarrea una redefinición de la división sexual del trabajo, ya que, ahora las mujeres no estaban confinadas al espacio privado donde su labor no era remunerada. AL incorporarse a nuevos espacios se imponen nuevas condiciones, tanto económicas como a nivel de la conquista del espacio público, así, se anclan las bases materiales para su independencia respecto a la dominación masculina.
- 2. La transformación de la familia nuclear: En consecuencia a lo anterior, el hombre empieza a darse cuenta que la erosión de las bases que posibilitan su dominio sobre la mujer ha empezado, incluso, su rol como proveedor único de la familia empieza a ser compartido con aquellos seres que se esperaban ser confinados a las labores del hogar, poniendo entredicho la superioridad de los hombres sobre las mujeres: inicia un cambio cultural.
Si bien es cierto no bastó con que las mujeres saliesen de su hogar a ganar un salario para una transformación radical, ni para ganar autoridad a lo interno de la familia, si se logra un malestar de los sectores conservadores de la sociedad, los cuales estigmatizaban las relaciones en donde, tanto hombre como mujer, se dedicaran a trabajar. Incluso en un primer momento la doble jornada laboral evidencia la resistencia del entorno a una liberación completa, es decir, exhibe como el autoritarismo masculino aún estaba vigente –y lo sigue estando en la actualidad, pero en un grado diferente-.
No obstante, con el pasar del tiempo, ese linchamiento social al trabajo de la mujer se transforma –y lo sigue haciendo- poco a poco, generando nuevas conductas masculinas que potencian la inserción de la mujer en el ámbito laboral, es decir, ante el cuestionamiento de la conducta masculina tradicional emergen nuevas formas de actuar por parte de los hombres.
- 3. La conquista del espacio público: Como bien lo mencionan las palabras anteriores, este cambio de actitudes y formas de ver el rol de las mujeres en la sociedad generan posteriormente una conquista, no una concesión por parte de los hombres. Aclaro esto, porque el punto anterior puede interpretarse como si ante el cambio son los hombres los que dan el brazo a torcer. No, ante las conquistas las actitudes de los hombres generando graduales en la formación y reproducción de masculinidades en la sociedad.
Ahora bien, un elemento que puede ejemplificar como se da la conquista gradual del espacio público por parte de las mujeres es su inserción en las universidades, a pesar de ello, es estos espacios se ve una división de carreras entre hombres y mujeres, predominando unos u otras en alguna de ellas, generalmente los hombres acceden a carreras donde se ejerce el poder con mayor franqueza. Es decir las identidades masculinas no se modificaron al mismo tiempo que las femeninas con sus conquistas.
En palabras de Montesinos, no necesariamente la transformación de la identidad femenina provoca un cambio inmediato en la masculina, advirtiendo como la “[…] cultura evoluciona menos rápido que la política y la economía, la identidad masculina no respondió al tiempo de la dinámica del cambio en las identidades femeninas.”
- 4. La mujer como sujeto sexual: El último factor es la revelación de la mujer a ser tratada como objeto sexual. El hecho de que el pacer sea reconocido como un derecho femenino implica que la sexualidad placentera sea un proceso que libere tanto al hombre como a la mujer del peso de una reproducción sin control alguno. La aparición de los métodos de anticonceptivos libró a las mujeres del peso de estar destinadas a procrear hijos e hijas sin control, pero a la vez liberó al hombre de la carga económica que eso conlleva. Esto, en términos de la masculinidad, tumba otro mito en donde se “es más macho en tanto se pueda procrear más hijos”.
Esta suerte de factores o
fenómenos reflejan un proceso amplio de cambio social reflejado en la
transformación cultural, erosionando el plano de las relaciones genéricas
tradicionales, pero aún más importante para el presente texto, modificando la
concepción de la masculinidad para los hombres y las mujeres, y también
viceversa.
Antes de proseguir con la
descripción de las Crisis de Masculinidad hay una pregunta que debe ser
respondida, si bien es cierto las conquistas propiciadas por los movimientos
feministas: ¿Todos los feminismos posibilitan las Crisis de Masculinidad?
¿Todos los feminismos posibilitan las Crisis de Masculinidad?
No[1],
y voy a ser muy cuidadoso al abordar este aspecto. Hay dos tipos de Feminismos
que pueden, en el peor de los casos inhibir la conformación de nuevas
masculinidades debido a dos principales razones: no generan las condiciones
óptimas o, simplemente, no se cree en la esperanza para el cambio por parte de
los hombres, lo veremos un poco más detallado a continuación.
El primer tipo de feminismo es el
Feminismo de la Igualdad, el cual suele ser considerado como la corriente
ideológica que comenzó a tratar formalmente la condición de opresión en la cual
se sometía a la mujer, no obstante el discurso de este movimiento, según
Montesinos “[…] mantiene como ideal el ser masculino y por lo tanto busca
identificar a las mujeres a partir de este ideal, que serían los atributos y
capacidades asignados a la masculinidad.” (2002, pág. 20) .
Lo anterior hay que entenderlo a
partir del contexto en el cual las mujeres buscan insertarse en el mercado
laboral, algunos podrían pensar que al adoptar
algunas características masculinas lo hacen con tal de ser acopladas en
el medio, de la misma forma en que la palabra género sustituyo en el ámbito
académico a la palabra mujer. [2]
Ahora bien el problema principal
es que en un principio dicho feminismo no cuestiona el ejercicio del poder
masculino, ni se plantea que los hombres se involucren en las labores del
hogar, se podría decir entonces, que su planteamiento es la búsqueda de una
mujer igual al hombre, siendo lo masculino lo que tiene mayor dominio, y par
acceder a los espacios de poder se deben apropiar ciertas características
propias de ese género; esto, no
cuestiona los factores culturales que afectan los hombres y a las mujeres, en
palabras de Sandra Harding:
“[...] piden a las mujeres que cambien aspectos
importantes de su identidad de género por la versión masculina, sin que
prescriban un proceso similar de “desgenenerización” para los hombres.” (1996, pág. 48) .
Ese
proceso de “desgeneralización” en los hombres no es posible debido a que los
factores y la posición de poder en el espacio público persigue el ideal de las
características del género masculino, imposibilitando que el hombre se acerque
o se interese por recuperar aspectos del espacio privado, el resultado: la Masculinidad
Tradicional se mantiene intacta. No obstante, hay que comprender el contexto y
las circunstancias en las cuales se dio este planteamiento, lo que se desea
destacar es cómo la reproducción del mismo en el actual contexto impregnado por
los 4 factores ya abordados en líneas anteriores, puede implicar un retroceso
en la conformación de nuevas masculinidades.
Por
otra parte, el otro tipo de feminismo que puede cerrar las puertas a una
transformación en las masculinidades tradicionales, es el Feminismo de la
Diferencia, el cual es visto para algunas personas como una posición extrema;
su principal problema para la masculinidad: la ausencia de definición y
conceptualización del hombre.
En
el discurso de este tipo de feminismo se centra en la mujer, aduciendo su falta
de universalidad, por ende, se considera y se estudia a la mujer de forma
aislada contradiciendo lo dicho por Kimel: “[…] masculinidad y feminidad son
construcciones relacionales […] nadie puede comprender la construcción de la
masculinidad o de la feminidad sin que la una haga referencia a la otra.”
(2002, pág. 13).
Una
de las posiciones extremas dentro de este tipo de feminismo es idealizar lo
femenino, y por tanto criticar y excluir lo masculino, buscando siempre una
nueva conceptualización del ser mujer rompiendo los atributos otorgados por el
sistema patriarcal, pero que, no se asemejen a los otorgados al género masculino,
como lo hace el Feminismo de la Igualdad.
Una
de sus posiciones es la búsqueda y deconstrucción del concepto de mujer
logrando trascender el discurso masculino que
liga a la mujer como un “cuerpo para otros”, e otras palabras, buscan
una conceptualización en donde el se mujer no gire en torno a su función
reproductiva sino que se acerque a una definición en función de los campos de
interacción social. Esta concepción es el esencialismo, cuyo objetivo es “[…]
la revalorización de la feminidad, la cual ha sido devaluada en el discurso
centrado en el hombre.” (Rossanda citada por Montesinos, 2002, p. 22).
Todo
lo anterior posee reflexiones liberadoras para el género femenino, pero
excluyentes para lo masculino, el cual no tiene cabida, o en el peor caso, posibilidad
para su transformación liberadora, incluso, generando el rechazo de ciertos
hombres a los movimientos feministas; Butler hace una advertencia al
respecto al respecto al mencionar que:
En
realidad, la división en el seno del feminismo y la oposición paradójica a él
por parte de las «mujeres» a quienes dice representar muestran los límites
necesarios de las políticas de identidad. La noción de que el feminismo puede
encontrar una representación más extensa de un sujeto que el mismo feminismo
construye tiene como consecuencia irónica que los objetivos feministas podrían
frustrarse si no tienen en cuenta los poderes constitutivos de lo que afirman
representar. Este problema se agrava si se recurre a la categoría de la mujer
sólo con finalidad «estratégica », porque las estrategias siempre tienen
significados que sobrepasan los objetivos para los que fueron creadas. En este
caso, la exclusión en sí puede definirse como un significado no intencional
pero con consecuencias, pues cuando se amolda a la exigencia de la política de
representación de que el feminismo plantee un sujeto estable, ese feminismo se
arriesga a que se lo acuse de tergiversaciones inexcusables. (Butler, 2007, pág. 51).
En
efecto, recientemente se ha considerado que el feminismo es una teoría
liberadora tanto para la mujer como para el hombre, de este modo, la o el sujeto
del cual es señalado por el Feminismo de la Diferencia es sobrepasadado, y se
constituye en una esperanza para grupos no conceptualizados que sobrepasan la
lógica binaria de las categorías “hombre” y “mujer”, el abanico de
posibilidades es infinito, las luchas crecen cuando el o la sujeto no son
limitados por el concepto.
En efecto, se deja atrás la antigua
duda esbozada por Shakespeare en su obra Hamlet “Ser o no ser … He ahí el
dilema”, y se sustituye por una reflexión en dónde el o la sujeto es y no es al
mismo tiempo: se es cuanto existe un concepto previo al o la sujeto que lo
encasilla, y no es en cuanto la definición de este concepto limita y excluye
cualquier otra posibilidad de ser. En el
horizonte está romper con las barreras,
en el amanecer nuevas posibilidades para el sujeto, nuevas esperanzas y
conceptos liberalizadores.
Una de estas esperanzas es la
formación de nuevos tipos de masculinidad por medio de las Crisis de
Masculinidad, las cuáles se abordarán a continuación.
Crisis: ¿Es un sueño o una pesadilla?
Recuerdo, y espero hacerlo bien,
que en una de las clases de un curso que abordaba el tema de las crisis la
profesora del mismo nos mencionó que éstas pueden potenciar un cambio radical
en la persona, o por el contrario, sofocarla hasta sus límites. En el caso de
las Crisis de la Masculinidad esto dependerá en qué condiciones la persona esté
para afrontarlo, así como los servicios que tenga a su alcance.
Es bien sabido que en ciertos
países la oferta institucional para tratar el tema de la violencia y género en los hombres son escasas, o nulas;
la atención de esta temática en el mejor escenario se da en el último recurso
que pueda ofrecer la sociedad: la cárcel.
Lo señalado anteriormente es un
alarmante indicador que las sociedades y gobiernos han de tomar en cuenta en
aras de afrontar esta realidad, demostrando que tan comprometidos están en
temáticas como la reducción de la violencia, la inequidad entre géneros, la
discriminación sexual entre otros.
Ya cerrado este inesperado
paréntesis, es menester señalar, o recalcar, que las Crisis Masculinas
corresponden a un proceso cultural, que a partir de los años setenta
específicamente ha presionado contra la Masculinidad Tradicional. Se han puesto
en duda las estructuras discursivas que relacionan al hombre con
características tales como el valor, la fortaleza, la racionalidad y la
autoridad, este cuestionamiento no se ha detenido, por el contrario se ha
profundizado, o al menos, se ha iniciado el debate en algunos sectores de las
sociedades.
Este nuevo contexto señala el
cambio de valores como un primer paso, no obstante, esto suele infundir temor a
los sectores dominantes de la sociedad, esto lo reflejo la sociedad
norteamericana en los años setenta cuando los movimientos feministas hicieron
su aparición en la opinión pública, este fue, uno de los primeros
cuestionamientos a actitud autoritaria del hombre, se convierte en una crítica
al perfil masculino que no corresponde con las demandas de la sociedad moderna,
en palabras de Kaufman: “ Lo que no está realmente en juego no es una hombría
biológica, nuestro sexo, sino nuestras nociones de la masculinidad históricamente
específicas, socialmente construidas e incorporadas individualmente.” (1989, pág. 19) .
De este modo la erosión de las
estructuras ideológicas y psicológicas que otorgan al hombre su estabilidad emocional se manifiestan
atentando contra la seguridad del sujeto; y es ahí donde el hombre empieza el
camino a reconocer emociones y cualidades asignadas al género femenino,
chocando con las estructuras hegemónicas de lo que representaba ser “hombre”,
es decir, la Masculinidad Tradicional se pone entredicho.
El resultado, una contradicción
en el hombre dónde no sabe qué papel ha de jugar, ni que incidencia tiene en el
proceso de cambio cultural, este proceso abstracto se materializa en el ámbito
privado, cuándo se procede a negar el reconocimiento a la autoridad asignada
tradicionalmente al hombre.
Ahora, vayamos más allá de lo
aparente, veamos un aspecto muy interesante: la violencia interiorizada por el
hombre en el proceso de socialización. A lo largo del proceso de socialización
del hombre, es decir en sus diferentes etapas, la violencia es introyectada
como un mecanismo de resolución de conflictos, e incluso por más sorprendente
que parezca, como una forma de expresar cariño entre pares.
Esta aparente dicotomía
violencia-cariño adquiere sentido entre hombres ya que desde jóvenes se les
enseña a manifestar su respeto o admiración por medios sutiles de violencia,
desde golpes hasta insultos, no es de extrañarse, al menos en la sociedad costarricense,
un saludo entre buenos amigos venga acompañado de algún insulto o golpe, del
mismo modo que no es de extrañar esperarse que esos mismos sujetos rechazan
cualquier muestra de afecto cariñosa de parte de otro hombre hacia ellos,
puesto que lo ven como ajeno, incluso, extraño.
Al hombre se le enseña desde
chico a ser violento para expresar sus emociones, sean estas muestras de cariño
o de agresividad pura, este es un tipo de violencia promovida por un sistema
patriarcal que no da vías alternas de expresión de emotividad o resolución de
conflicto, resultando hiriente para los mismos involucrados aunque ellos no se
den cuenta, tal como menciona Montesinos:
De tal forma que no resulta
válido que es solo el género femenino el afectado al estar excluido del poder,
sino que en una estructura de poder patriarcal, para los mismos hombres, la
violencia resulta conflictiva, destructiva, degenerativa, etcétera, aunque sean
ellos mismos quienes la ejercen. (2002, pág. 107) .
Todo esto se expresa en todas las
formas de violencia, desde la explicita: golpes, patadas, insultos; hasta la
simbólica, esos micromachismos encarnados en el habitus[3].
Esta presencia violenta en la identidad masculina es posible debido al poder
social que se le asigna al hombre simbólicamente, poder que termina siendo
coercitivo, ya que va en contra del mismo individuo masculino, individuo que
tiene que soportar la carga de una serie de valores depositados en él por una
sociedad previa a éste.
Es así que por medio de la
cultura, al hombre se deposita una serie de mensajes que expresan las actitudes
y conductas para ser el hombre que la sociedad desea, así, los límites impuestos a la identidad
masculina apuntan a una serie de estereotipos: el hombre machista,
paternalista, el misógino, , el fugitivo, el excéntrico, todos ellos son formas
de representación de una sociedad patriarcal que hace de la vida cotidiana para
hombres y mujeres un gran sufrimiento.
Esta carga impuesta a los hombres
está acompañada de recompensas toleradas y promovidas por la sociedad, desde el
reconocimiento social, hasta por irracional que aparezca, la colección de
prendas femeninas, todo ello se confabula para consolidar la identidad del
género masculino frente a la otredad definida por la sociedad patriarcal, según
Butler, el cuerpo masculino frente al femenino, es negado gozando así de una
libertad radical.
Ese
sujeto es abstracto en la medida en que no asume su encarnación socialmente
marcada y, además, dirige esa encarnación negada y despreciada a la esfera femenina,
renombrando efectivamente al cuerpo como hembra. Esta asociación del cuerpo con
lo femenino se basa en relaciones mágicas de reciprocidad mediante las cuales el
sexo femenino se limita a su cuerpo, y el cuerpo masculino, completamente
negado, paradójicamente se transforma en el instrumento incorpóreo de una
libertad aparentemente radical. (2007, pág. 59).
La libertad y poder otorgado a los hombres en
el ámbito público implica un costo, la renuncia a explorar características confinadas
al espacio privado, actitudes negadas por el sistema patriarcal, en
consecuencia, uno de las peores consecuencias que los hombres sufren en sus
intentos para pagar las cuotas que reafirmen los estereotipos machistas es la
censura de otras cualidades asignadas al género femenino, en el peor de los
casos, estas acciones se convierten en una constante autocensura del sujeto y
sus situaciones particulares.
Dichas acciones son puestas en duda, en un
principio, debido a la incursión de las mujeres en el ámbito público, como ya
se ha mencionado en varias ocasiones, se pone en duda el rol proveedor del hombre
generando dos procesos: el inicio de la creación de las condiciones materiales
para el inicio de la conquista de las mujeres del ámbito privado, y, aunque no
de manera simultánea sino un poco más tardía, el inicio del cuestionamiento de
la Masculinidad Tradicional.
Este segundo proceso, algunos hombres son cada
vez más conscientes de los problemas y de las cadenas que el sistema patriarcal
les impone; no de extrañar, que muchos de ellos se identifiquen con movimientos
feministas moderados, sufriendo graves y dolorosas contradicciones entre la
dicotomía moderna del pensar y sentir.[4]
Incluso, en busca de una nueva identidad genérica para la masculinidad no es de extrañar el surgimiento de grupos sociales de hombres que apuestan por la construcción de nuevas identidades masculinas. Según Ramírez citado por Montesinos:
Asimismo,
a una toma de conciencia de que la ideología masculina también oprime a los
hombres y que al reproducirla cotidianamente nos convertimos en nuestros
propios opresores. Como resultado de dichos procesos se empiezan a gestar
movimientos de hombres para reflexionar sobre sus masculinidades y se
problematiza la posibilidad de construir una nueva masculinidad que no este construida
a base del poder. (2002, pág. 112) .
En este aspecto hay muchas posiciones respecto
a las nuevas contradicciones, desde las apuestas conservadoras como la de Bly
quien sostiene encontrar la verdadera esencia masculina mediante nuevas formas
de ejercer el poder. Hasta las propuestas como la de Bonio, que propone
desmitificar las verdades que erigen la masculinidad, en lugar de encontrar una
verdadera esencia masculina, ubicándolas en un contexto histórico fomentando
que los hombres no se queden presos en una identidad. Logrando así, nuevas
formas de descubrimiento intra e intergénero y consigomismos.
Las transformaciones implicarán cambios en
varias dimensiones de la vida cotidiana de los hombres, desde nuevas formas
de paternidad, un cambio en el ejercicio
de la sexualidad, respeto a las diferentes formas de diversidad sexual, sabiendo
que la nueva masculinidad es parte de ellas, no ajena, ni externa, ni vertical,
sino parte de los movimientos de liberalización de las cadenas del Patriarcado.
Limitantes y temores de lo planteado
Hasta el momento se ha explorado, de manera breve,
las posibilidades de las Crisis de Masculinidad, no obstante en ella se
encierra un gran riesgo, la instrumentalización de la teoría de género por parte
de los hombres para seguir reproduciendo la lógica patriarcal, peor aún, seguir
alienado a las cadenas de su propia opresión. Analicemos esta afirmación.
Específicamente nos referimos al caso de los
hombres que en conocimiento de la Teoría de Género y de sus posibilidades, la
usan como discurso para someter a terceros, sean mujeres, niños, adultos y
adultas mayores, a sus caprichos, ya sean sexuales, de violencia o de otra
índole. Un breve ejemplo de lo anterior, el hombre que se dice tener conciencia
de género y usa su discurso para someter a sus caprichos sexuales a una mujer
por medio del engaño, es decir, utiliza a otra persona como objeto sexual,
reproduciendo lo criticado por el discurso del cual se apropia. Esto es llamado
razón de mala fe, la cual según Orwell citado por Camacho funciona de la
siguiente manera:
En otras palabras es instrumentalizar la razón,
Según Camacho, la Escuela de Francfort utiliza el término razón
instrumental para designar la utilización inmediata y atomizada de la capacidad
intelectual del ser humano, haciendo posible la alienación del o la sujeto, al
respecto el autor menciona:
Se refiere entonces a esa interiorización de la alienación de
la que hemos venido hablando, en la medida en que la incapacidad de buscar la
superación de la contradicción hace que la mente se esclavice en lo inmediato,
en lo penúltimo, lo que tiene función de medio y no de fin. (pág. 18).
Así, al Teoría de Genero, en lugar se
der un mecanismo para la liberalización de los hombres y de las mujeres, se
convierte en un instrumento para satisfacer, y sostener la posición
privilegiada que el Patriarcado le otorga a la Masculinidad Tradicional. Lo que
es mucho peor, renuncia a las posibilidades de su propia libertad y azota con
las propias cadenas del patriarcado a
terceros que sufren en carne propia peores formas de discriminación y
violencia, se convierte en un agente violento y esclavizador de si mismo y de
los demás.
Dicha actitud es cobarde, debido a
que el agente de estas acciones se muestra conforme con su posición en la
sociedad patriarcal y usa una doble máscara para seguir reproduciendo su
dominación. Es lamentable, puesto que termina dándole la razón al mismo sistema
que lo oprime.
Esta aclaración, que tiene un poco de
denuncia, puesto que en el diario vivir es común y factible estos escenarios. De
este modo, y para continuar en la lucha no es válido hacer de la Teoría de Género un discurso para satisfacer
necesidades propias, doblegando a tercereas personas. De ser así la vergüenza
del acto mismo nos ha de marcar profundamente ya que usamos las mismas cadenas
que nos esclavizan para infligir daño. La esperanza del cambio no se confina a la esclavización propia.
A estas personas les comparto las siguientes palabras de Benedetti
en forma de denuncia:
“No me gaste las palabras
no cambie su significado
mire que lo que yo quiero
lo tengo bastante claro.
No me ensucie las palabras
no les quite su sabor
y límpiese bien la boca
si dice revolución.”
Bibliografía
Bourdieu, P. (1993). El Sentido Práctico. Madrid:
Taurus.
Butler, J. (2007). EL
Género en Disputa. Barcelona, España: Editorial Paidos.
Camacho, L. (1983).
Razón en la Revolución y Revolución en la Razón. En L. Camacho, M. Freund, H.
Gallardo, & E. Ramírez, Conocimiento y Poder (pág. 123). San José,
Costa Rica: Editorial Nueva Década.
Harding, S. (1996). Ciencia
y Feminismo. Madrid, España: Ediciones Morata.
Kaufman, M. (1989). Hombres.
Placer, poder y cambio. Santo Domingo: CIPAF.
Montesinos, R. (2002). Las
Rutas de la Masculinidad. Barcelona, España: Editorial Gedisa.
Popper, K. (1977). La
lógica de la Investigación Científica. Madrid, España: Ed Tecnos.
[1]
Debatible, ojalá se habrá debate con esta respuesta.
[2]
Este aspecto ya fue abordado en la entrada “Feminismo y Masculinidad: El inicio
de la Crisis.”.
[3] [3] Al
respecto Bourdieu señala: “Los condicionamientos asociados a una clase
particular de condiciones de existencia producen habitus, sistemas de disposiciones
duraderas y transferibles, estructuras estructuradas predis-puestas para
funcionar como estructuras estructurantes, es decir, como principios
generadores y organizadores de prácticas y re-presentaciones que pueden estar
objetivamente adaptadas a su fin sin suponer la búsqueda consciente de fines y
el dominio expreso de las operaciones necesarias para alcanzarlos,
objetivamente «reguladas» y «regulares» sin ser el producto de la obediencia a
reglas, y, a la vez que todo esto, colectivamente orquestadas sin ser producto
de la acción organizadora de un director de orquesta” (1993, pág. 93)
[4]
Dicha dicotomía en la modernidad es afianzada por los planteamientos de Popper,
aunque sean escritos haciendo referencia al campo de la producción de
conocimiento, los mismos tienen relevancia en el presente texto debido a que la
subjetividad, las emociones han de ser suprimidas en aras de generar una
aproximación racional a la realidad, ese, mal llamado psicologismo, para el
autor, no tiene cabida con las características racionales de la ciencia. De uno
u otro modo, la ciencia prosigue aspectos patriarcales debido a que la
racionalidad es una característica asignada al género masculino, su
contraparte, la expresión de sentimientos y emociones, asignadas a l género
femenino son suprimidas. Ejemplo de ello son las siguientes palabras: “Si lo
que se trata de reconstruir son los procesos que tienen lugar durante el
estímulo y formación de inspiraciones, me niego a aceptar semejante cosa como
tarea de la lógica del conocimiento: tales procesos son asunto de la psicología
empírica, pero difícilmente de la lógica. […] En la medida en que el científico
juzga críticamente, modifica o desecha su propia inspiración, podemos
considerar […]que el análisis metodológico emprendido en esta obra es una
especie de “reconstrucción racional” de los procesos intelectuales
correspondientes.” (Popper, 1977, pág. 31)