viernes, 2 de agosto de 2013

Laura y su "inversión" en la Virgen de los Ángeles

¿Qué es ser hombre, ser mujer, qué ser y que no ser? ¿Vivimos en una dicotomía? ¿Son naturales nuestros comportamientos, o son construidos?

Las anteriores preguntas surgen del debate e introspección que fomentan los senderos del tema de género; los cuales trascienden los márgenes de los textos cuando los y las lectoras se dan cuenta que son protagonistas de la trama de una historia de dolor, flagelo y falta de liberación; trama que al fin y al cabo, puede ser modificada por ellos y ellas mismas. Historia limitada por márgenes patriarcales que nos dicen que ser y que no ser.

A pesar de ello, la idea de cambio  es una premisa que muchas instituciones y entes  rehuyen; esperanzados en mantener posiciones de poder respecto a la sociedad,  generan  pactos y alianzas que usan a conveniencia para manipular mensajes cuya finalidad se distorsiona para favorecer a unos cuantos pocos que han sacado provecho de su manipulación.

Los grupos temerosos de nuevas ideas forman parte de en un contexto en el cual influyen varios factores, personajes, y hasta creencias religiosas; que han configurado los diversos roles de género, y percepciones que las personas ostentan de éstos. En consecuencia, la dinámica que se presenta entre estos es digna de analizar, más aún si se devela la forma en que el uso de un discurso destinado a un gran sector culmina en su propio de instrumento de manipulación y dominación.

El caso costarricense es bastante peculiar, la religión católica es dominante en el país, y en años cercanos ha sido orientada a ser un discurso que valida a un sector político, generando repercusiones en el ámbito económico y social. Particularmente resalta el caso de la presidente Laura Chinchilla a quien la misma Iglesia Católica denominó en el año 2010 como la "Hija predilecta de la Virgen" de los Ángeles, patrona nacional.

Al inicio, dicha denominación significó una forma de validación de la Iglesia Católica a una mandataria que auguraba generar grandes cambios en el país; la primera mujer presidente, la cual estaba rodeada de grandes expectativas; al ser electa, varias personas esperaron que rompiera con formas de gobernar de sus predecesores; incluso, hubo quien pensó que al ser mujer su accionar sería distinto. Las posiciones variaron dependiendo de las personas que emitieron su voto, algunas justificaron el mismo bajo la premisa de que al ser mujer el rumbo del país sería otro; otras lo vieron como una gran conquista para las mujeres.

Dentro de las acciones esperadas con anhelo  se encontraban posturas que  validaran más a las mujeres, y una tímida luz de esperanza se generó en torno a los proyectos como la fecundación in vitro, reconocimiento a las uniones de las personas sexualmente diversas, entre otras.

Sin embargo, la posición de la mandataria, fue muy distinta, decantando en la reproducción de valores conservadores que mantienen el orden social y económico; la hija predilecta, no condujo ningún cambio, incluso, en lugar de representar a una hija de María comprensiva, se convirtió en oídos sordos ante el malestar y reclamo de la población.

Las ansiadas esperanzas se fueron esfumando con cada avance del reloj, con cada acción desperdiciada. Es entonces, que resulta interesante detenerse un momento en contemplar la forma en que la validación "mariana"  fue utilizada para generar apoyo a un proyecto político que se ha erigido como ofrenda a sectores económicamente favorecidos,  en lugar de acciones liberadoras en los ámbitos materiales e ideales para las clases golpeadas por el capitalismo.

Recurrir a la fe religiosa del pueblo costarricense para usarla en propio beneficioha sido una estrategia nada novedosa; las alianzas entre gobiernos del orbe con la Iglesia Católica tampoco, no olvidaremos las palabras de Videla al aceptar que dicha institución prestó sus servicios a las acciones macabras realizadas por este personaje en Argentina.

Las estrategias que contienen estos factores han generado una preservación del orden económico e ideas conservadoras acerca los roles sexuales de la población, una doble cadena que somete a las personas sexualmente diversas, e incluso, a quienes han cuestionado su heterosexualidad aventurándose a nuevas definiciones de masculinidad y feminidad alternativas.

 Dentro de esta dinámica llama poderosamente la atención como dicho accionar permitió la ya mencionada validación y la forma en que  Laura  no rompe con patrones de conducta o de género que se esperaron alguna vez de ella, culminó representando a los sectores conservadores del país.

La razón de ser de lo anterior corresponde a los intereses de clase que ella persigue, o bien dicho, los intereses económicos del grupo al cual representa; en su libro "La Teología Indecente: Perversiones teológicas en sexo, género y política" Marcella Althaus-Reid, describe como en una sociedad, en la cual conviven varios discursos simultáneos de  feminidad y masculinidad que compiten por la hegemonía, la mujer puede obtener grandes dividendos al apoyar a un sector que le presente los mayores beneficios, lo cual implica un inversión por parte de ella.

Sin embargo esos beneficios dependen en buena medida de la condición social de la persona, por ejemplo, a las mujeres empobrecidas en Latinoamerica, optar por un culto a María puede implicar beneficios en aras de obtener una satisfacción emocional ante las carencias materiales;  lo cual va de la mano con las nociones de ser buena madre, ideas que han sido construidas alrededor de la dicótoma virgen/puta. Según la autora:

Invirtiendo en la Virgen, la mujer pobre evita ser clasificada como puta, significando con ello la que consta públicamente como aliada con un poder desviacionista o subversivo. Y esto ocurre en un continente donde la subversión sexual suele ir asociada con terrorismo político. (Althaus-Reid 2000, pág. 78).

En ese sentido los rituales marianos se convierten en una forma de satisfacer o desviar la atención de las carencias materiales de las mujeres; situación similar en el caso del uso discursivo que ejecuta la presente administración: a una población cuya reproducción material de vida se ha hecho más tortuosa por las acciones gubernamentales, se desvía la atención cada Romería a aspectos relacionados con la fe, de modo que puedan olvidarse de sus limitaciones económicas.

De este modo, la fe no se convierte en un agente catalizador de liberación, por el contrario es usado por sectores hegemónicos como un placebo, el posible contenido liberador es obviado para promover la manutención comodidad de aquellos que se benefician de esta práctica. Ésta práctica encadena cada vez más a quienes viven sus efectos en carne propia; sin embargo, los mismos no se limitan a lo anterior,también influye en las concepciones de lo que es ser mujer, hombre y otras alternativas.

Su relación con el  tema de género también resulta interesante; según la autora, en el culto a la Virgen María, se  caracteriza por  la forma de sus representaciones, en las cuales se muestra un cuerpo fragmentado de la mujer cuyo aspecto más sobresaliente suelen ser la cara, sus manos y ojos, es decir una figura asexuada. Dichas formas de concebir a una mujer ideal y no material por medio de la religión generan consecuencias tanto para los hombres como a las mujeres.

Los ojos de las mujeres latinoamericanas aparecen siempre sumisos frente al hombre, cuya mirada nunca sostienen a menos que la mujer en cuestión sea fácil e indecente (sexualmente desviada). Ahí reside el Meollo de la metáfora con ojos de mujer en Latinoamérica: marca los límites y regula las transgresiones sexuales femeninas. (Althaus-Reid 2000, pág. 60).

De este modo, la forma de ser mujer queda enmarcada en una representación que no refleja la experiencia humana de la sexualidad, lo cual ha interferido en conceptualizaciones políticas y sexuales de ésta y en las identidades genéricas. En efecto, la construcción de la sexualidad y roles genéricos  quedan subordinados a la naturalización de quienes aprovechan del uso del discurso a su favor.

Hemos de discernir la construcción de la sexualidad y los roles genéricos en Latinoamérica como subordinados políticos que han sido naturalizados por procesos de colonización en el orden sexual de Dios, de la Virgen en el continente. No es lo que dice el dogma lo que afecta a la gente, sino la cruda relación con la teo-ideología de la Virgen María, que ha conformado nuestro sentido común y limitado nuestros círculos hermenéuticos. (Althaus-Reid 2000, pág. 63).

Las construcciones de feminidad y masculinidad quedan  relegadas al uso del discurso, su apropiación y divulgación de quienes buscan beneficiarse del mismo; de este modo, temas esperados como al fecundación in vitro, al momento de debatirlo se encuentran con trabas de diversos grupos que señalan aquellos comportamientos como una afrenta al orden natural de las cosas, y por su puesto a sus creencias.

El caso de la presidenta  hay una distinción muy importante que realizar;  a diferencia de las mujeres que buscan consuelo en el culto mariano debido a sus limitantes materiales, ella no se presenta como mujer empobrecida, por el contrario, representa a uno de los sectores económicamente mejor acomodados de Costa Rica.

Su inversión es distinta, el uso de la figura de la Virgen conlleva como dividendos distanciarse de la noción de una mujer rebelde o loca que acapara el poder ante los ojos de la población, lo que con lleva como efecto la reproducción de los roles genéricos, y la simpatía de un sector importante que no cuestiona en un inicio sus políticas estatales, junto con ello, la generación de acciones que beneficien a un grupo específico de la sociedad.

Esta situación es muy distante a la vivida por las Madres de la Plaza de Mayo, a quienes se les llamó locas (prostitutas) al denunciar las desapariciones de sus hijos e hijas; como respuesta a su lucha por los derechos humanos los obispos les recomendaron acudir y rezar a la Virgen María, con la esperanza de que el culto mariano las domesticara y las convirtiera en madres decentes.

En Costa Rica la dinámica es al revés, la presidente hace uso del culto mariano para desviar la atención de las carencias materiales de la población, levantar un poco su imagen, y de paso, reproducir roles de género a los cuales se recubren por la armadura de la "naturalización del mundo".

 De este modo, la implementación de esta alianza Chinchillista-Virgén de los Ángeles demuestra una vez más como la fe de las personas, sus símbolos y rituales son utilizadas, abstraídas de significado, y orientadas a la reproducción de un sistema económico culmina beneficiando a unos pocos, impidiendo así cambios reales en al definición y alternativas de comportamiento de los hombres y mujeres.

En este sentido, es importante aclarar que el contexto en el cual se sitúa la presidente puede que haya forjado un habitus alrededor de su figura, el cual ha impedido que rompa con facilidad las las representaciones genéricas; sin embargo, la oportunidad histórica para hacerlo ha pasado, y el oportunismo político en busca de levantar su imagen y evitar referirse a la situación actual del país es evidente, lamentablemente estos agostos han teñido con aires de burla y epitafio.

La preservación y estas alianzas se seguirán gestando, influyendo en la percepción de las personas para que consideren el mundo como algo natural -situación muy lejana al planteamiento de los contractualistas- decantando en la preservación de un orden económico y sexual que sigue generando cicatrices, odios y exclusión en Costa Rica.

El fatal resultado es una falsa conciencia de un cambio amparado en gobernantes que utilizan la fe a su beneficio, sutil anestesia ante el flagelo de sus acciones. La dinámica aquí denunciada de muestra como la fe puede convertirse en un instrumento de dominación para  perpetuar la condición cómoda económica y genérica de los sectores dominantes.

El culto a la Virgen presenta aquí otro rostro, el de la inversión afectiva teo-política. Pero no es una novedad. Esta clase de inversión religiosa en la Virgen de la Decencia puede datar de la conquista y no pasa de un simple caso de reproducción de una falsa conciencia. (Althaus-Reid 2000, pág. 80).

Cuanta razón tiene Francisco en la necesidad de generar una teología de la mujer, o mejor dicho, con ojos y cuerpo de mujer, que refleje las condiciones materiales que muestran las sociedades hoy por hoy. Las letras pueden ser usadas como instrumentos de cambio o látigo de dominación, más allá de quien las use, es preciso analizar su finalidad y evitar futuros engaños de quienes las usan para designar Hijas Predilectas llamadas a hacer transformaciones,  y menoprecian  a quienes viven en su día a día, las consecuencias del engaño.


Bibliografía

Althaus-Reid, Marcella. (2000).La Teología Indecente: Perversiones teológicas en sexo, género y política. Barcelona. Editorial Routkedge, Taylor y Francis Group.

martes, 12 de marzo de 2013


No me gaste las palabras: posibilidades y límites de las Crisis de Masculinidad


Podríamos esperar que las crisis de identidad genérica estuviesen ajenas a resistencias en la sociedad, o en el mejor de los casos, que los cambios culturales en la misma las potenciaran, mas todo ello no suele confabularse en un mismo contexto. La historia nos muestra de frente como estas conquistas nunca han sido posibles sin una lucha y esfuerzo previo de personas interesadas en el cambio, el día nunca acaba cuando siempre nos espera en el horizonte el amanecer; esto no es ajeno a las Crisis de Masculinidad.

Aunque las Crisis de Masculinidad suelen aparecer como un tema nuevo a inicios del presente milenio una de sus primeras expresiones se puede rastrear a mediados del siglo XVII (1650-1660), periodo en el cual se hizo presente el movimiento de las Preciosas Francesas, las cuales son consideradas  como una de las primeras expresiones de feminismo por ciertos autores y autoras. Precisamente para Badinter, las mujeres de dicho movimiento reflejaban un cambio de actitud que desafiaba los valores que definían el status social del momento, según ella la Preciosa era:

[…] una mujer emancipada, que propone soluciones feministas a su deseo de emancipación […] Reclama el derecho al saber y ataca la base de la sociedad falocrática: el matrimonio. Contra el autoritarismo del padre y el marido, las preciosas se muestran definitivamente hostiles al matrimonio de conveniencia y a la maternidad. (Badinter citada por Montesinos, 2002, p. 72,).
Esta actitud revolucionaria demandaba un comportamiento distinto por parte de los hombres, demandas que desafiaban al status quo de la época, ya que  exigían una fidelidad absoluta de los hombres, según la autora, se trata entonces de un caso que revierte la relación de dominación, ya que se recrimina la actitud violenta de los hombres, el papel dominante del marido y el rol del padre autoritario. Todo ello influenció a un pequeño número de hombres de la época denominados los “Preciosos”.

A pesar de su pequeño número, el cambio surgido en la masculinidad de los Preciosos se reflejó en las cortes europeas:

Adoptaron una moda femenina  y refinada –pelucas largas, plumas extravagantes, golillas, lunares postizos, perfumes colorete- que sería imitada posteriormente. Los hombres que se querían distinguidos convertían en una cuestión de honor  el parecer civilizados, corteses y delicados. se abstenían de mostrar sus celos y de aparentar ser unos tiranos domésticos. Lentamente, los valores femeninos progresaron entre la “buena sociedad” hasta el punto de ser dominantes durante el siglo posterior. (Badinter citada por Montesinos, 2002, p. 73).
Como se puede apreciar en ésta primera crisis, las luchas generadas por las Preciosas decantaron en una crítica severa a los valores dominantes que configuraban la masculinidad de ese siglo en Francia, no obstante, esa actitud fue duramente criticada por la corte británica, la cual defendió a más no poder la separación entre las conductas que debía exhibir un hombre de las de la mujer.

Ahora bien, del mismo modo en que las Preciosas presionaron para que lograran esas conquistas en la sociedad francesa, y teniendo como resultado una modificación de la masculinidad de ese entonces, en la actualidad hay ciertos factores/conquistas de los movimientos feministas del Siglo XX que posibilitan nuevas Crisis de Masculinidad. A continuación se describirán brevemente cuatro de estos factores, sin que eso implique un reduccionismo de todas las conquistas de los movimientos feministas, por el contrario, al ser tan amplias la luchas y conquistas, se rescataran aquellas que han influenciado de manera trascendental a las crisis que este texto hace referencia.
  
  1.      La inserción de la mujer en el espacio laboral: A principios del siglo XX las guerras mundiales y posteriores acontecimientos históricos posibilitan una mayor inserción de la mujer en el mercado laboral, en un primer momento en tareas relacionadas con la guerra y posteriormente a los conflictos se ven involucradas en el área de servicios. Ello acarrea una redefinición de la división sexual del trabajo, ya que, ahora las mujeres no estaban confinadas al espacio privado donde su labor no era remunerada. AL incorporarse a nuevos espacios se imponen nuevas condiciones, tanto económicas como a nivel de la conquista del espacio público, así, se anclan las bases materiales para su independencia respecto a la dominación masculina.


  1. 2.   La transformación de la familia nuclear: En consecuencia a lo anterior, el hombre empieza a darse cuenta que la erosión de las bases que posibilitan su dominio sobre la mujer ha empezado, incluso, su rol como proveedor único de la familia empieza a ser compartido con aquellos seres que se esperaban ser confinados a las labores del hogar, poniendo entredicho la superioridad de los hombres sobre las mujeres: inicia un cambio cultural.

Si bien es cierto no bastó con que las mujeres saliesen de su hogar a ganar un salario para una transformación radical, ni para ganar autoridad a lo interno de la familia, si se logra un malestar de los sectores conservadores de la sociedad, los cuales estigmatizaban las relaciones en donde, tanto hombre como mujer, se dedicaran a trabajar. Incluso en un primer momento la doble jornada laboral evidencia la resistencia del entorno a una liberación completa, es decir, exhibe como el autoritarismo masculino aún estaba vigente –y lo sigue estando en la actualidad, pero en un grado diferente-.

No obstante, con el pasar del tiempo, ese linchamiento social al trabajo de la mujer se transforma –y lo sigue haciendo- poco a poco, generando nuevas conductas masculinas que potencian la inserción de la mujer en el ámbito laboral, es decir, ante el cuestionamiento de la conducta masculina tradicional emergen nuevas formas de actuar por parte de los hombres.

  1. 3.      La conquista del espacio público: Como bien lo mencionan las palabras anteriores, este cambio de actitudes y formas de ver el rol de las mujeres en la sociedad generan posteriormente una conquista, no una concesión por parte de los hombres. Aclaro esto, porque el punto anterior puede interpretarse como si ante el cambio son los hombres los que dan el brazo a torcer. No, ante las conquistas las actitudes de los hombres generando graduales en la formación y reproducción de masculinidades en la sociedad. 

Ahora bien, un elemento que puede ejemplificar como se da la conquista gradual del espacio público por parte de las mujeres es su inserción en las universidades, a pesar de ello, es estos espacios se ve una división de carreras entre hombres y mujeres, predominando unos u otras en alguna de ellas, generalmente los hombres acceden a carreras donde se ejerce el poder con mayor franqueza. Es decir las identidades masculinas no se modificaron al mismo tiempo que las femeninas con sus conquistas.

En palabras de Montesinos, no necesariamente la transformación de la identidad femenina provoca un cambio inmediato en la masculina, advirtiendo como la “[…] cultura evoluciona menos rápido que la política y la economía, la identidad masculina no respondió al tiempo de la dinámica del cambio en las identidades femeninas.” (Montesinos, 2002, pág. 158), es decir, la cultura tradicional fomento resistencias en los espacios públicos donde la mujeres se fueron insertando, con el tiempo, muchas de esa resistencias y patrones de comportamiento dejaron de tener sentido.


  1. 4.       La mujer como sujeto sexual: El último factor es la revelación de la mujer a ser tratada como objeto sexual. El hecho de que el pacer sea reconocido como un derecho femenino implica que la sexualidad placentera sea un proceso que libere tanto al hombre como a la mujer del peso de una reproducción sin control alguno. La aparición de los métodos de anticonceptivos libró a las mujeres del peso de estar destinadas a procrear hijos e hijas sin control, pero a la vez liberó al hombre de la carga económica que eso conlleva. Esto, en términos de la masculinidad, tumba otro mito en donde se “es más macho en tanto se pueda procrear más hijos”.


Esta suerte de factores o fenómenos reflejan un proceso amplio de cambio social reflejado en la transformación cultural, erosionando el plano de las relaciones genéricas tradicionales, pero aún más importante para el presente texto, modificando la concepción de la masculinidad para los hombres y las mujeres, y también viceversa.
Antes de proseguir con la descripción de las Crisis de Masculinidad hay una pregunta que debe ser respondida, si bien es cierto las conquistas propiciadas por los movimientos feministas: ¿Todos los feminismos posibilitan las Crisis de Masculinidad?

¿Todos los feminismos posibilitan las Crisis de Masculinidad?

No[1], y voy a ser muy cuidadoso al abordar este aspecto. Hay dos tipos de Feminismos que pueden, en el peor de los casos inhibir la conformación de nuevas masculinidades debido a dos principales razones: no generan las condiciones óptimas o, simplemente, no se cree en la esperanza para el cambio por parte de los hombres, lo veremos un poco más detallado a continuación.

El primer tipo de feminismo es el Feminismo de la Igualdad, el cual suele ser considerado como la corriente ideológica que comenzó a tratar formalmente la condición de opresión en la cual se sometía a la mujer, no obstante el discurso de este movimiento, según Montesinos “[…] mantiene como ideal el ser masculino y por lo tanto busca identificar a las mujeres a partir de este ideal, que serían los atributos y capacidades asignados a la masculinidad.” (2002, pág. 20).

Lo anterior hay que entenderlo a partir del contexto en el cual las mujeres buscan insertarse en el mercado laboral, algunos podrían pensar que al adoptar  algunas características masculinas lo hacen con tal de ser acopladas en el medio, de la misma forma en que la palabra género sustituyo en el ámbito académico a la palabra mujer. [2]

Ahora bien el problema principal es que en un principio dicho feminismo no cuestiona el ejercicio del poder masculino, ni se plantea que los hombres se involucren en las labores del hogar, se podría decir entonces, que su planteamiento es la búsqueda de una mujer igual al hombre, siendo lo masculino lo que tiene mayor dominio, y par acceder a los espacios de poder se deben apropiar ciertas características propias de  ese género; esto, no cuestiona los factores culturales que afectan los hombres y a las mujeres, en palabras de Sandra Harding: 
“[...] piden  a las mujeres que cambien aspectos importantes de su identidad de género por la versión masculina, sin que prescriban un proceso similar de “desgenenerización” para los hombres.” (1996, pág. 48).

Ese proceso de “desgeneralización” en los hombres no es posible debido a que los factores y la posición de poder en el espacio público persigue el ideal de las características del género masculino, imposibilitando que el hombre se acerque o se interese por recuperar aspectos del espacio privado, el resultado: la Masculinidad Tradicional se mantiene intacta. No obstante, hay que comprender el contexto y las circunstancias en las cuales se dio este planteamiento, lo que se desea destacar es cómo la reproducción del mismo en el actual contexto impregnado por los 4 factores ya abordados en líneas anteriores, puede implicar un retroceso en la conformación de nuevas masculinidades.

Por otra parte, el otro tipo de feminismo que puede cerrar las puertas a una transformación en las masculinidades tradicionales, es el Feminismo de la Diferencia, el cual es visto para algunas personas como una posición extrema; su principal problema para la masculinidad: la ausencia de definición y conceptualización del hombre.

En el discurso de este tipo de feminismo se centra en la mujer, aduciendo su falta de universalidad, por ende, se considera y se estudia a la mujer de forma aislada contradiciendo lo dicho por Kimel: “[…] masculinidad y feminidad son construcciones relacionales […] nadie puede comprender la construcción de la masculinidad o de la feminidad sin que la una haga referencia a la otra.” (2002, pág. 13).

Una de las posiciones extremas dentro de este tipo de feminismo es idealizar lo femenino, y por tanto criticar y excluir lo masculino, buscando siempre una nueva conceptualización del ser mujer rompiendo los atributos otorgados por el sistema patriarcal, pero que, no se asemejen a los otorgados al género masculino, como lo hace el Feminismo de la Igualdad.

Una de sus posiciones es la búsqueda y deconstrucción del concepto de mujer logrando trascender el discurso masculino que  liga a la mujer como un “cuerpo para otros”, e otras palabras, buscan una conceptualización en donde el se mujer no gire en torno a su función reproductiva sino que se acerque a una definición en función de los campos de interacción social. Esta concepción es el esencialismo, cuyo objetivo es “[…] la revalorización de la feminidad, la cual ha sido devaluada en el discurso centrado en el hombre.” (Rossanda citada por Montesinos, 2002, p. 22).

Todo lo anterior posee reflexiones liberadoras para el género femenino, pero excluyentes para lo masculino, el cual no tiene cabida, o en el peor caso, posibilidad para su transformación liberadora, incluso, generando el rechazo de ciertos hombres a los movimientos feministas;  Butler hace una advertencia al respecto al respecto al mencionar que:

En realidad, la división en el seno del feminismo y la oposición paradójica a él por parte de las «mujeres» a quienes dice representar muestran los límites necesarios de las políticas de identidad. La noción de que el feminismo puede encontrar una representación más extensa de un sujeto que el mismo feminismo construye tiene como consecuencia irónica que los objetivos feministas podrían frustrarse si no tienen en cuenta los poderes constitutivos de lo que afirman representar. Este problema se agrava si se recurre a la categoría de la mujer sólo con finalidad «estratégica », porque las estrategias siempre tienen significados que sobrepasan los objetivos para los que fueron creadas. En este caso, la exclusión en sí puede definirse como un significado no intencional pero con consecuencias, pues cuando se amolda a la exigencia de la política de representación de que el feminismo plantee un sujeto estable, ese feminismo se arriesga a que se lo acuse de tergiversaciones inexcusables. (Butler, 2007, pág. 51).
En efecto, recientemente se ha considerado que el feminismo es una teoría liberadora tanto para la mujer como para el hombre, de este modo, la o el sujeto del cual es señalado por el Feminismo de la Diferencia es sobrepasadado, y se constituye en una esperanza para grupos no conceptualizados que sobrepasan la lógica binaria de las categorías “hombre” y “mujer”, el abanico de posibilidades es infinito, las luchas crecen cuando el o la sujeto no son limitados por el concepto.

En efecto, se deja atrás la antigua duda esbozada por Shakespeare en su obra Hamlet “Ser o no ser … He ahí el dilema”, y se sustituye por una reflexión en dónde el o la sujeto es y no es al mismo tiempo: se es cuanto existe un concepto previo al o la sujeto que lo encasilla, y no es en cuanto la definición de este concepto limita y excluye cualquier otra posibilidad de  ser. En el horizonte  está romper con las barreras, en el amanecer nuevas posibilidades para el sujeto, nuevas esperanzas y conceptos liberalizadores.

Una de estas esperanzas es la formación de nuevos tipos de masculinidad por medio de las Crisis de Masculinidad, las cuáles se abordarán a continuación.

Crisis: ¿Es un sueño o una pesadilla?

Recuerdo, y espero hacerlo bien, que en una de las clases de un curso que abordaba el tema de las crisis la profesora del mismo nos mencionó que éstas pueden potenciar un cambio radical en la persona, o por el contrario, sofocarla hasta sus límites. En el caso de las Crisis de la Masculinidad esto dependerá en qué condiciones la persona esté para afrontarlo, así como los servicios que tenga a su alcance.

Es bien sabido que en ciertos países la oferta institucional para tratar el tema de la violencia  y género en los hombres son escasas, o nulas; la atención de esta temática en el mejor escenario se da en el último recurso que pueda ofrecer la sociedad: la cárcel.
Lo señalado anteriormente es un alarmante indicador que las sociedades y gobiernos han de tomar en cuenta en aras de afrontar esta realidad, demostrando que tan comprometidos están en temáticas como la reducción de la violencia, la inequidad entre géneros, la discriminación sexual entre otros.

Ya cerrado este inesperado paréntesis, es menester señalar, o recalcar, que las Crisis Masculinas corresponden a un proceso cultural, que a partir de los años setenta específicamente ha presionado contra la Masculinidad Tradicional. Se han puesto en duda las estructuras discursivas que relacionan al hombre con características tales como el valor, la fortaleza, la racionalidad y la autoridad, este cuestionamiento no se ha detenido, por el contrario se ha profundizado, o al menos, se ha iniciado el debate en algunos sectores de las sociedades.

Este nuevo contexto señala el cambio de valores como un primer paso, no obstante, esto suele infundir temor a los sectores dominantes de la sociedad, esto lo reflejo la sociedad norteamericana en los años setenta cuando los movimientos feministas hicieron su aparición en la opinión pública, este fue, uno de los primeros cuestionamientos a actitud autoritaria del hombre, se convierte en una crítica al perfil masculino que no corresponde con las demandas de la sociedad moderna, en palabras de Kaufman: “ Lo que no está realmente en juego no es una hombría biológica, nuestro sexo, sino nuestras nociones de la masculinidad históricamente específicas, socialmente construidas e incorporadas individualmente.” (1989, pág. 19).

De este modo la erosión de las estructuras ideológicas y psicológicas que otorgan al hombre su  estabilidad emocional se manifiestan atentando contra la seguridad del sujeto; y es ahí donde el hombre empieza el camino a reconocer emociones y cualidades asignadas al género femenino, chocando con las estructuras hegemónicas de lo que representaba ser “hombre”, es decir, la Masculinidad Tradicional se pone entredicho.

El resultado, una contradicción en el hombre dónde no sabe qué papel ha de jugar, ni que incidencia tiene en el proceso de cambio cultural, este proceso abstracto se materializa en el ámbito privado, cuándo se procede a negar el reconocimiento a la autoridad asignada tradicionalmente al hombre.

Ahora, vayamos más allá de lo aparente, veamos un aspecto muy interesante: la violencia interiorizada por el hombre en el proceso de socialización. A lo largo del proceso de socialización del hombre, es decir en sus diferentes etapas, la violencia es introyectada como un mecanismo de resolución de conflictos, e incluso por más sorprendente que parezca, como una forma de expresar cariño entre pares.

Esta aparente dicotomía violencia-cariño adquiere sentido entre hombres ya que desde jóvenes se les enseña a manifestar su respeto o admiración por medios sutiles de violencia, desde golpes hasta insultos, no es de extrañarse, al menos en la sociedad costarricense, un saludo entre buenos amigos venga acompañado de algún insulto o golpe, del mismo modo que no es de extrañar esperarse que esos mismos sujetos rechazan cualquier muestra de afecto cariñosa de parte de otro hombre hacia ellos, puesto que lo ven como ajeno, incluso, extraño.

Al hombre se le enseña desde chico a ser violento para expresar sus emociones, sean estas muestras de cariño o de agresividad pura, este es un tipo de violencia promovida por un sistema patriarcal que no da vías alternas de expresión de emotividad o resolución de conflicto, resultando hiriente para los mismos involucrados aunque ellos no se den cuenta, tal como menciona Montesinos:

De tal forma que no resulta válido que es solo el género femenino el afectado al estar excluido del poder, sino que en una estructura de poder patriarcal, para los mismos hombres, la violencia resulta conflictiva, destructiva, degenerativa, etcétera, aunque sean ellos mismos quienes la ejercen. (2002, pág. 107).

Todo esto se expresa en todas las formas de violencia, desde la explicita: golpes, patadas, insultos; hasta la simbólica, esos micromachismos encarnados en el habitus[3]. Esta presencia violenta en la identidad masculina es posible debido al poder social que se le asigna al hombre simbólicamente, poder que termina siendo coercitivo, ya que va en contra del mismo individuo masculino, individuo que tiene que soportar la carga de una serie de valores depositados en él por una sociedad previa a éste.

Es así que por medio de la cultura, al hombre se deposita una serie de mensajes que expresan las actitudes y conductas para ser el hombre que la sociedad desea, así,  los límites impuestos a la identidad masculina apuntan a una serie de estereotipos: el hombre machista, paternalista, el misógino, , el fugitivo, el excéntrico, todos ellos son formas de representación de una sociedad patriarcal que hace de la vida cotidiana para hombres y mujeres un gran sufrimiento.

Esta carga impuesta a los hombres está acompañada de recompensas toleradas y promovidas por la sociedad, desde el reconocimiento social, hasta por irracional que aparezca, la colección de prendas femeninas, todo ello se confabula para consolidar la identidad del género masculino frente a la otredad definida por la sociedad patriarcal, según Butler, el cuerpo masculino frente al femenino, es negado gozando así de una libertad radical.

Ese sujeto es abstracto en la medida en que no asume su encarnación socialmente marcada y, además, dirige esa encarnación negada y despreciada a la esfera femenina, renombrando efectivamente al cuerpo como hembra. Esta asociación del cuerpo con lo femenino se basa en relaciones mágicas de reciprocidad mediante las cuales el sexo femenino se limita a su cuerpo, y el cuerpo masculino, completamente negado, paradójicamente se transforma en el instrumento incorpóreo de una libertad aparentemente radical. (2007, pág. 59).
La libertad y poder otorgado a los hombres en el ámbito público implica un costo, la renuncia a explorar características confinadas al espacio privado, actitudes negadas por el sistema patriarcal, en consecuencia, uno de las peores consecuencias que los hombres sufren en sus intentos para pagar las cuotas que reafirmen los estereotipos machistas es la censura de otras cualidades asignadas al género femenino, en el peor de los casos, estas acciones se convierten en una constante autocensura del sujeto y sus situaciones particulares.

Dichas acciones son puestas en duda, en un principio, debido a la incursión de las mujeres en el ámbito público, como ya se ha mencionado en varias ocasiones, se pone en duda el rol proveedor del hombre generando dos procesos: el inicio de la creación de las condiciones materiales para el inicio de la conquista de las mujeres del ámbito privado, y, aunque no de manera simultánea sino un poco más tardía, el inicio del cuestionamiento de la Masculinidad Tradicional.

Este segundo proceso, algunos hombres son cada vez más conscientes de los problemas y de las cadenas que el sistema patriarcal les impone; no de extrañar, que muchos de ellos se identifiquen con movimientos feministas moderados, sufriendo graves y dolorosas contradicciones entre la dicotomía moderna del pensar y sentir.[4]

Incluso, en busca de una nueva identidad genérica para la masculinidad no es de extrañar el surgimiento de grupos sociales de hombres que apuestan por la construcción de nuevas identidades masculinas. Según Ramírez citado por Montesinos:

Asimismo, a una toma de conciencia de que la ideología masculina también oprime a los hombres y que al reproducirla cotidianamente nos convertimos en nuestros propios opresores. Como resultado de dichos procesos se empiezan a gestar movimientos de hombres para reflexionar sobre sus masculinidades y se problematiza la posibilidad de construir una nueva masculinidad que no este construida a base del poder. (2002, pág. 112).
En este aspecto hay muchas posiciones respecto a las nuevas contradicciones, desde las apuestas conservadoras como la de Bly quien sostiene encontrar la verdadera esencia masculina mediante nuevas formas de ejercer el poder. Hasta las propuestas como la de Bonio, que propone desmitificar las verdades que erigen la masculinidad, en lugar de encontrar una verdadera esencia masculina, ubicándolas en un contexto histórico fomentando que los hombres no se queden presos en una identidad. Logrando así, nuevas formas de descubrimiento intra e intergénero y consigomismos.

Las transformaciones implicarán cambios en varias dimensiones de la vida cotidiana de los hombres, desde nuevas formas de  paternidad, un cambio en el ejercicio de la sexualidad, respeto a las diferentes formas de diversidad sexual, sabiendo que la nueva masculinidad es parte de ellas, no ajena, ni externa, ni vertical, sino parte de los movimientos de liberalización de las cadenas del Patriarcado.

Limitantes y temores de lo planteado


Hasta el momento se ha explorado, de manera breve, las posibilidades de las Crisis de Masculinidad, no obstante en ella se encierra un gran riesgo, la instrumentalización de la teoría de género por parte de los hombres para seguir reproduciendo la lógica patriarcal, peor aún, seguir alienado a las cadenas de su propia opresión. Analicemos esta afirmación.

Específicamente nos referimos al caso de los hombres que en conocimiento de la Teoría de Género y de sus posibilidades, la usan como discurso para someter a terceros, sean mujeres, niños, adultos y adultas mayores, a sus caprichos, ya sean sexuales, de violencia o de otra índole. Un breve ejemplo de lo anterior, el hombre que se dice tener conciencia de género y usa su discurso para someter a sus caprichos sexuales a una mujer por medio del engaño, es decir, utiliza a otra persona como objeto sexual, reproduciendo lo criticado por el discurso del cual se apropia. Esto es llamado razón de mala fe, la cual según Orwell citado por Camacho funciona de la siguiente manera:

Saber y no saber, hallarse consciente de lo que realmente es verdad mientras se dicen mentiras cuidadosamente elaboradas, sostener simultáneamente dos opiniones sabiendo que son contradictorias y creer sin embargo en ambas; emplear la lógica contra la lógica, repudiar la moralidad mientras se recurre a ella […] olvidar cuanto fuera necesario olvidar y, no obstante, recurrir a ello, volverlo a traer a le memoria en cuanto se necesitara y luego olvidarlo de nuevo; y, sobre todo, aplicar el mismo proceso al proceso mismo. Esta era la más refinada sutileza del sistema: inducir conscientemente a la inconsciencia, y luego hacerse inconsciente para no reconocer que se había realizado una autogestión.  (1983, págs. 19-20)

En otras palabras es instrumentalizar la razón, Según Camacho, la Escuela de Francfort utiliza el término razón instrumental para designar la utilización inmediata y atomizada de la capacidad intelectual del ser humano, haciendo posible la alienación del o la sujeto, al respecto el autor menciona:

Se refiere entonces a esa interiorización de la alienación de la que hemos venido hablando, en la medida en que la incapacidad de buscar la superación de la contradicción hace que la mente se esclavice en lo inmediato, en lo penúltimo, lo que tiene función de medio y no de fin. (pág. 18).
Así, al Teoría de Genero, en lugar se der un mecanismo para la liberalización de los hombres y de las mujeres, se convierte en un instrumento para satisfacer, y sostener la posición privilegiada que el Patriarcado le otorga a la Masculinidad Tradicional. Lo que es mucho peor, renuncia a las posibilidades de su propia libertad y azota con las propias cadenas  del patriarcado a terceros que sufren en carne propia peores formas de discriminación y violencia, se convierte en un agente violento y esclavizador de si mismo y de los demás.

Dicha actitud es cobarde, debido a que el agente de estas acciones se muestra conforme con su posición en la sociedad patriarcal y usa una doble máscara para seguir reproduciendo su dominación. Es lamentable, puesto que termina dándole la razón al mismo sistema que lo oprime.

Esta aclaración, que tiene un poco de denuncia, puesto que en el diario vivir es común y factible estos escenarios. De este modo, y para continuar en la lucha no es válido hacer de la Teoría de Género un discurso para satisfacer necesidades propias, doblegando a tercereas personas. De ser así la vergüenza del acto mismo nos ha de marcar profundamente ya que usamos las mismas cadenas que nos esclavizan para infligir daño. La esperanza del cambio no se confina a la esclavización propia.

A estas personas les comparto las siguientes palabras de Benedetti en forma de denuncia:



“No me gaste las palabras
no cambie su significado
mire que lo que yo quiero
lo tengo bastante claro.

No me ensucie las palabras
no les quite su sabor
y límpiese bien la boca
si dice revolución.”






Bibliografía


Bourdieu, P. (1993). El Sentido Práctico. Madrid: Taurus.
Butler, J. (2007). EL Género en Disputa. Barcelona, España: Editorial Paidos.
Camacho, L. (1983). Razón en la Revolución y Revolución en la Razón. En L. Camacho, M. Freund, H. Gallardo, & E. Ramírez, Conocimiento y Poder (pág. 123). San José, Costa Rica: Editorial Nueva Década.
Harding, S. (1996). Ciencia y Feminismo. Madrid, España: Ediciones Morata.
Kaufman, M. (1989). Hombres. Placer, poder y cambio. Santo Domingo: CIPAF.
Montesinos, R. (2002). Las Rutas de la Masculinidad. Barcelona, España: Editorial Gedisa.
Popper, K. (1977). La lógica de la Investigación Científica. Madrid, España: Ed Tecnos.









[1] Debatible, ojalá se habrá debate con esta respuesta.
[2] Este aspecto ya fue abordado en la entrada “Feminismo y Masculinidad: El inicio de la Crisis.”.
[3] [3] Al respecto Bourdieu señala: “Los condicionamientos asociados a una clase particular de condiciones de existencia producen habitus, sistemas de disposiciones duraderas y transferibles, estructuras estructuradas predis-puestas para funcionar como estructuras estructurantes, es decir, como principios generadores y organizadores de prácticas y re-presentaciones que pueden estar objetivamente adaptadas a su fin sin suponer la búsqueda consciente de fines y el dominio expreso de las operaciones necesarias para alcanzarlos, objetivamente «reguladas» y «regulares» sin ser el producto de la obediencia a reglas, y, a la vez que todo esto, colectivamente orquestadas sin ser producto de la acción organizadora de un director de orquesta” (1993, pág. 93)

[4] Dicha dicotomía en la modernidad es afianzada por los planteamientos de Popper, aunque sean escritos haciendo referencia al campo de la producción de conocimiento, los mismos tienen relevancia en el presente texto debido a que la subjetividad, las emociones han de ser suprimidas en aras de generar una aproximación racional a la realidad, ese, mal llamado psicologismo, para el autor, no tiene cabida con las características racionales de la ciencia. De uno u otro modo, la ciencia prosigue aspectos patriarcales debido a que la racionalidad es una característica asignada al género masculino, su contraparte, la expresión de sentimientos y emociones, asignadas a l género femenino son suprimidas. Ejemplo de ello son las siguientes palabras: “Si lo que se trata de reconstruir son los procesos que tienen lugar durante el estímulo y formación de inspiraciones, me niego a aceptar semejante cosa como tarea de la lógica del conocimiento: tales procesos son asunto de la psicología empírica, pero difícilmente de la lógica. […] En la medida en que el científico juzga críticamente, modifica o desecha su propia inspiración, podemos considerar […]que el análisis metodológico emprendido en esta obra es una especie de “reconstrucción racional” de los procesos intelectuales correspondientes.” (Popper, 1977, pág. 31)

viernes, 25 de enero de 2013


Feminismo y Masculinidad: El inicio de la Crisis.


Muchos años han pasado, los dígitos se acumulan a nuestra colección de edades y de la mano de este proceso han emergido muchos cambios. Las transformaciones que el tiempo marca no son fortuitas y develan ese carácter cambiante de nuestro cuerpo.

Pero no solo nosotros y nosotras cambiamos, también lo hace nuestro entorno, sus ideas y formas de ver el mundo y vernos en él se mueven, nos movemos. Éstas pequeñas transformaciones recalcan aquella vieja idea de un filósofo alemán que se cita más o menos de la siguiente manera: “No existe naturaleza humana natural, sino naturaleza humana social”. ¡Vaya¡, es fácil escribirla, pero cómo cuesta encontrarle significado con nuestro andar.

Y he ahí lo importante, nuestro andar no está determinado “naturalmente”, por el contrario es una construcción colectiva que la humanidad forja con cada decisión, cada momento, cada respiro,  cada pasión es fundamental para formar el camino. Y es así que nuestra manera de ver el mundo cambia también; los logros del  pasado, nuestras  incontables luchas -algunas heredadas, otras iniciadas por cuenta propia- hacen eco al día de hoy forjando una bandera que incita nuevas puntadas con cada paso que demos.

Sin duda alguna, uno de los grandes legados que nos permiten el día de hoy abordar el tema de la masculinidad son los estudios de género, éstos nos brindan grandes ventanas para mirarnos a nosotros mismos en relación con los demás, entretejer un dilema y esbozar diversas soluciones, nunca finales, nada es final cuando se vive con pasión.

Un posible primer paso para entendernos y realizar una transformación es empezar con una idea señalada por Kimmel y la cual es retomada por Montesinos, dice así: “[…] masculinidad y feminidad son construcciones relacionales […] nadie puede comprender la construcción de la masculinidad o de la feminidad sin que la una haga referencia a la otra.” (2002, pág. 13).

Así, el pasado nos exige que sigamos con el cambio, ese pasado está en el legado de los abordajes de género, los cuales posibilitan  contemplar la forma en que la masculinidad y la feminidad están relacionadas entre sí. Por tanto,  es posible pensar que al analizar los cambios, conquistas, transformaciones e incluso - por qué no decirlo- retrocesos que de cada “género” modifica la transformación de su  supuesta “contraparte”. Este texto, pretende plantear las bases para analizar las crisis de la masculinidad, para ello se describirá brevemente las posibilidades que se asoman gracias a los estudios feministas para esta labor. Para ello es necesario  definir el género; se retomará la siguiente definición aportada por Salas quien lo considera como el:

[…] conjunto de normas atribuidas a los varones o a las mujeres, según los cánones espacio-temporales de los diferentes grupos humanos. […] son aquellas sobredeterminaciones socioculturales que los grupos humanos imponen a sus integrantes, tomando como base su dotación biológica. Es decir, el género se construye, sobre todo, a partir del sexo, pero lo trasciende. (Salas, pág. 57)

Estas palabras revelan ante nosotros y nosotras la manera en que el género es una elaboración social, mientras que el sexo es de carácter biológico; la relación entre ambos conceptos recae en la asignación de roles y patrones de comportamiento tomando como base la dimensión biológica; dichas características encerradas en  cada género son interiorizadas en las personas a lo largo de su vida; de la misma manera que son interiorizadas, se espera que también puedan ser modificadas.

Retomando la categoría género,  Joan W. Scott plantea que la mayoría de los enfoque utilizados por los y las historiadoras señalan como el género pertenece a dos categorías, una descriptiva, es decir, la existencia de realidades sin explicación o atribución de realidad; y la otra casual: “teoriza sobre la naturaleza de los fenómenos o realidades buscando comprender cómo y por qué adoptan la forma que tienen.”(Scott citado por Montesinos, pág. 24, 2002).

No hemos de perder de vista que la construcción de la concepciones respecto al género fueron determinadas en un contexto preciso,  que de una u otra manera condicionó su abordaje. Esto se ve con claridad en la concepción descriptiva el género, el cual fue utilizado como sinónimo de “mujer”, incluso, en algunos trabajos de la época la palabra mujer  fue sustituida por género.

En ese entonces, con los nacientes estudios de género, muchos y muchas estudiosas utilizaron la palabra género como sinónimo de “mujer” con la finalidad de obtener legitimidad académica, separando así el discurso académico de la práctica política feminista, en palabras de Scott: “Género suena más neutral y objetivo que mujeres.” (pág. 29).

Estas palabras pueden que causen un poco de controversia, mas es preciso recordar que muchas de estas luchas también tuvieron lugar en el ámbito académico para posicionar la categoría y las reflexiones de quienes la estudiaron. Gracias a ello, el abordaje de género se posicionó en un espacio que en su momento fue controlado ampliamente por la lógica patriarcal -puede que siga siéndolo, las luchas nunca acaban, el cambio es constante-. La academia y su modo objetivo de ver la realidad encierra en si mísmo una carácteristica asociada con la masculinidad tradicional, situación denunciada por Sandra Harding, pero eso será tema para otro día.

Retomando el tema del género,  su uso como sustituto de “mujeres” implica necesariamente información respecto a los hombres, convirtiéndose de este modo, en una categoría relacional. Con ello se expulsaron aquellas explicaciones “naturalistas” o biológicas que justifican la desigualdad entre hombres y mujeres; por el contrario, cuestiona y pone en evidencia los roles asignados a cada sexo, culminando en una jerarquización que somete a una gran parte de la humanidad, es decir, ya la “naturaleza natural” de los seres humanos es cuestionada y sustituida por la “naturaleza social”, y así, son posibles las transformaciones y acciones que liberen a las personas de sus encadenamientos.

En el caso específico de la masculinidad, el género expone la existencia de mandatos, encargos y demandas que son independientes a la voluntad del individuo; convirtiéndose en una serie de encargos que cada hombre recibe y expresa en su vida cotidiana de manera particular. Dichas expresiones, al ser construcciones sociales responden a un proceso de socialización que impregnan al individuo de pensamientos que repercuten en sus acciones a lo largo de su vida.

Con respecto a este último planteamiento cabe señalar que, según Salas (s.f.), la socialización masculina es considerada violenta, preparando las bases para que los hombres puedan tornarse agresivos, señala que “Ser hombre no es ser violento porque sí; pero la masculinidad si acerca cotidianamente a los hombres a las situaciones y mecanismos en los que la violencia prende con facilidad.” (pág. 52).

En consecuencia, la masculinidad ha sido asumida por los hombres debido a sus procesos de socialización, y es por ello que resulta imperante relacionar este tema con el género, ya que de este son consecuencia los mandatos, comportamiento y mecanismos de resolución de problemas de los hombres. A continuación se explicará brevemente algunas líneas de estos procesos de socialización que definen una identidad masculina “Genérica Tradicional”.

Masculinidad Genérica Tradicional

El ser hombre es un proceso aprendido desde la infancia de la persona. Surge desde esos primeros momentos en que se mencionan normas como: “Los hombres no lloran”, “Hable como un machito”, “¿Qué es eso de hablar con ademanes?” o incluso “Desde hoy usted es el hombre de la casa”. Estas frases son repetidas diariamente por muchas familias, y, aunque no lo parezcan, una vez dichas son muy difíciles de olvidar.

Todo ese proceso suscitado, tanto en la familia como en otros espacios,  fomenta una imagen de hombre a alcanzar para lograr la aceptación en la sociedad, o en el peor de los casos –según la lógica patriarcal- no ser motivo de mofa por no adecuarse a los parámetros oficiales de lo que implica ser un hombre.

Según Corsi, la identidad masculina tradicional se construye a partir de dos procesos psicológicos simultáneos: un hiperdesarrollo del yo exterior (actuar, hacer, lograr) y una gran represión de la esfera emocional. Estos dos procesos buscan dibujar la figura del supeusto ganador, es decir, aquel ser que debe exhibir seguridad  por medio de un autocontrol de sus sentimientos, logrando ocultar cualquier debilidad; debilidad asociada con cualquier rasgo femenino. Es por ello que es común que los hombres oculten sus tristezas, miedos, dolores, u otras muestras de emoción.

Ésta construcción de la identidad de género masculina se realiza en una completa oposición a la identidad femenina. A partir de esto, Corsi identifica nueve mitos fomentados en el proceso de formación de la identidad masculina.


  • 1.      La masculinidad es la forma genérica más  valorada.
  • 2.      Son prueba de masculinidad las exhibiciones de poder, dominación y competencia.
  • 3.   En contraparte al punto anterior, los sentimientos y emociones son signos de feminidad que deben ser evitados.
  • 4.    El autocontrol y control de los demás es un requisito para que el hombre se sienta seguro.
  • 5.    La manera racional y lógica con la cual el hombre aborda un problema es superior a otras.
  • 6.    El éxito masculino está ligado con la subordinación de la mujer por medio del poder y el control en la relación.
  • 7.   El principal medio para probar la masculinidad es la sexualidad; la ternura y sensualidad son características femeninas y por ende han de ser evitadas.
  • 8.      Otro indicador de la masculinidad es el éxito en la profesión laboral.
  • 9.      En relación con el anterior, la autoestima se apoya en los logros alcanzados en la vida laboral.

Estos elementos se interrelacionan e influyen en varias dimensiones de la vida cotidiana de los hombres, una de éstas es la sexualidad, la cual es relacionada por el patriarcado como un símbolo de virilidad, y en consecuencia, de poder. Los primeros estudios que permiten entender esta dinámica fueron los trabajos de las feministas, sin ellos el cuestionamiento de estos mitos no se hubiera logrado.

En primer lugar, una reflexión realizada por estos estudios  fue la manera en que  las manifestaciones de la sexualidad femenina son reprimidas desde el momento en que la mujer esl considerársle un objeto sexual del hombre; en consecuencia, una de la primeras luchas de parte de estos grupos fue la liberación sexual de la mujer.

Esta dinámica es diferente para los hombres, mientras a las mujeres se les reprimía su sexualidad en los hombres era altamente motivada como símbolo de masculinidad. Estas ideas son divulgadas por un sistema patriarcal; según Monsiváis  citado por Montesinos el machismo es: “[…] una categoría que nos presenta (a los hombres), en gran medida, como seres agresivos, opresores, narcisistas, inseguros, fanfarrones, mujeriegos, grandes bebedores, poseedores de una sexualidad incontrolable.” (2002, pág. 96).

Para autores mexicanos el término “Macho” se expande después de las luchas revolucionarias en ese país. Este término se convirtió en una herencia social evitando la duda respecto a los valores que su significado encierra, dentro de éstos se encuentra la constante oda a la virilidad, entendida como la indiferencia al peligro, e incluso, a la muerte. Mas su esencia también contiene un menosprecio a las cualidades femeninas, reafirmando así, su autoridad en cualquier nivel en presencia de las mujeres.

Esta lógica exhibe una actitud directamente relacionada con el “Macho”: la tendencia a desvalorizar a la mujer para valorizarse a sí mismo. Estas ideas se reflejan en la forma en que la mujer es exhibida como un objeto sexual a dominar por parte del hombre en  la dinámica reproductiva.

En este punto es necesario abrir un paréntesis para referirnos brevemente al término “Macho”. Según la fuente consultada, esta palabra fue concebida durante la Revolución Mexicana  para hacer referencia a las clases campesinas y trabajadoras de ese entonces. En palabras de Monsivaís:

De la crítica cultural se desprende una sentencia: el machismo es concepto popular, mal típico de las clases inferiores, delito que se agrega a los otros de la pobreza. En principio, un macho es un pobre al que sólo le quedan como recursos para hacerse notar la indiferencia ante la muerte propia o el dolor ajeno. La burguesía se actualiza lo suficiente para sonreír irónicamente ante los albañiles que golpean a sus mujeres o tienen demasiados hijos en demasiada partes, y, además, el de proceso de modernización que el país atraviesa el país atraviesa también por las mujeres, por su presencia simbólica en la política y efectiva en el trabajo. El machismo queda como el espejo deformado a donde se asomarían, sonrientes y sometidas, las clases subalternas. (Monsiváis citado por Montesinos, pág. 96, 2002).

Ahora bien, el término “Macho” presentado anteriormente corresponde a un contexto determinado, y no se pretende englobar a las diferentes concepciones que se tenga de la palabra; por ejemplo en Costa Rica “Macho” y “Macha” se le dice a las personas que tengan el cabello color rubio, o similar. Para fines de este pequeño ensayo se retoma la palabra macho para destacar aquellos aspectos que influyen en la construcción de la “masculinidad tradicional”.

No obstante lo que importa señalar es que muchos comportamientos y actitudes del Macho se identifican con las conductas incorporadas en la Masculinidad Tradicional. Todo ello se confabula en las relaciones de los hombres con otros grupos y personas, asignando roles y comportamientos en cada espacio, ya sea laboral, sentimental o personal, que al final tiene sus consecuencias al cuestionárselas.

Uno de estos espacios es la familia en donde tradicionalmente al hombre se le asignó el rol de proveedor. Este papel se pone en duda con la incorporación de las mujeres en el mercado laboral. No hemos de perder de vista que la inserción de la mujer en el trabajo es una conquista de éstas en el espacio público, pero con una consecuencia importante para los hombres: una crisis de identidad masculina.

De repente, el rol de proveedor de la familia es algo que no es exclusivo del hombre. Aquellas mujeres que históricamente habían sido recluidas al hogar, al cuido de los niños, a la escoba, al escondite, incursionaron en un espacio que era pensado solo para los hombres. Un cambio, que para muchas personas resulta superficial genera un gran impacto en aquellos que ven su poder sometido a prueba; las dudas afloran: ¿Será que ella me va a quitar el trabajo?, ¿Si tengo una mujer por jefe, seré menos hombre?, o incluso, ¿Cómo haré pasa sentirme igual de hombre cuando una mujer realiza mi misma labor, e incluso mejor?

Todas estas magnas preguntas incitan a una crisis, las llamadas crisis de la masculinidad. Tal como su nombre lo indica, una crisis es una etapa de cuestionamiento del ser un  momento dado de su vida, con el potenciar de generar grandes cambios, resistencias o retrocesos. Los mitos, serán eso, mitos y se abren campo para nuevas posibilidades. Ideas descabelladas para ese entonces como al acercamiento del hombre al espacio privado son posibles. Pero, no se ha de perder de vista, que es un proceso difícil de conformar, no se forja de la noche a la mañana. Eso, será un tema que abordaré en otro escrito; no es fácil escribir y realizar la introspección con cada nudo, con cada letra, con cada desafío que busca transformar al sujeto.

“Escribir, reflexionar y soñar; tres verbos, para mí, un primer paso hacia la transformación del sujeto.
Podrás llamarme loco, pero prefiero dibujar mi propio camino que los caminos forjen mi andar” Ed.

Bibliografía


Montesinos, R. (2002). Las Rutas de la Masculinidad. Barcelona, España: Editorial Gedisa S.A.

Salas, J. (s.f.). Hombres que Rompen Mandatos.