Feminismo y Masculinidad: El inicio de la Crisis.
Muchos
años han pasado, los dígitos se acumulan a nuestra colección de edades y de la
mano de este proceso han emergido muchos cambios. Las transformaciones que el
tiempo marca no son fortuitas y develan ese carácter cambiante de nuestro
cuerpo.
Pero
no solo nosotros y nosotras cambiamos, también lo hace nuestro entorno, sus
ideas y formas de ver el mundo y vernos en él se mueven, nos movemos. Éstas
pequeñas transformaciones recalcan aquella vieja idea de un filósofo alemán que
se cita más o menos de la siguiente manera: “No existe naturaleza humana
natural, sino naturaleza humana social”. ¡Vaya¡, es fácil escribirla, pero cómo
cuesta encontrarle significado con nuestro andar.
Y
he ahí lo importante, nuestro andar no está determinado “naturalmente”, por el
contrario es una construcción colectiva que la humanidad forja con cada
decisión, cada momento, cada respiro, cada pasión es fundamental para formar el
camino. Y es así que nuestra manera de ver el mundo cambia también; los logros del pasado, nuestras incontables luchas -algunas heredadas, otras iniciadas por cuenta propia- hacen eco al día de hoy forjando una
bandera que incita nuevas puntadas con cada paso que demos.
Sin
duda alguna, uno de los grandes legados que nos permiten el día de hoy abordar
el tema de la masculinidad son los estudios de género, éstos nos brindan
grandes ventanas para mirarnos a nosotros mismos en relación con los demás,
entretejer un dilema y esbozar diversas soluciones, nunca finales, nada es
final cuando se vive con pasión.
Un
posible primer paso para entendernos y realizar una transformación es empezar
con una idea señalada por Kimmel y la cual es retomada por Montesinos, dice
así: “[…] masculinidad y feminidad son construcciones relacionales […] nadie
puede comprender la construcción de la masculinidad o de la feminidad sin que
la una haga referencia a la otra.” (2002, pág. 13) .
Así,
el pasado nos exige que sigamos con el cambio, ese pasado está en el legado de
los abordajes de género, los cuales posibilitan
contemplar la forma en que la masculinidad y la feminidad están
relacionadas entre sí. Por tanto, es posible
pensar que al analizar los cambios, conquistas, transformaciones e incluso -
por qué no decirlo- retrocesos que de cada “género” modifica la transformación
de su supuesta “contraparte”. Este
texto, pretende plantear las bases para analizar las crisis de la masculinidad,
para ello se describirá brevemente las posibilidades que se asoman gracias a
los estudios feministas para esta labor. Para ello es necesario definir el género; se retomará la siguiente definición
aportada por Salas quien lo considera como el:
[…] conjunto de normas atribuidas a
los varones o a las mujeres, según los cánones espacio-temporales de los
diferentes grupos humanos. […] son aquellas sobredeterminaciones
socioculturales que los grupos humanos imponen a sus integrantes, tomando como
base su dotación biológica. Es decir, el género se construye, sobre todo, a
partir del sexo, pero lo trasciende. (Salas, pág. 57)
Estas palabras revelan ante nosotros y nosotras la manera
en que el género es una elaboración social, mientras que el sexo es de carácter
biológico; la relación entre ambos conceptos recae en la asignación de roles y
patrones de comportamiento tomando como base la dimensión biológica; dichas
características encerradas en cada
género son interiorizadas en las personas a lo largo de su vida; de la misma
manera que son interiorizadas, se espera que también puedan ser modificadas.
Retomando
la categoría género, Joan W. Scott plantea
que la mayoría de los enfoque utilizados por los y las historiadoras señalan
como el género pertenece a dos categorías, una descriptiva, es decir, la
existencia de realidades sin explicación o atribución de realidad; y la otra
casual: “teoriza sobre la naturaleza de los fenómenos o realidades buscando
comprender cómo y por qué adoptan la forma que tienen.”(Scott citado por
Montesinos, pág. 24, 2002).
No
hemos de perder de vista que la construcción de la concepciones respecto al
género fueron determinadas en un contexto preciso, que de una u otra manera condicionó su
abordaje. Esto se ve con claridad en la concepción descriptiva el género, el
cual fue utilizado como sinónimo de “mujer”, incluso, en algunos trabajos de la
época la palabra mujer fue sustituida
por género.
En ese entonces, con los nacientes estudios de género, muchos y muchas estudiosas utilizaron la palabra género como sinónimo de “mujer” con la finalidad de obtener legitimidad académica, separando así el discurso académico de la práctica política feminista, en palabras de Scott: “Género suena más neutral y objetivo que mujeres.”
Estas
palabras pueden que causen un poco de controversia, mas es preciso recordar que
muchas de estas luchas también tuvieron lugar en el ámbito académico para
posicionar la categoría y las reflexiones de quienes la estudiaron. Gracias a
ello, el abordaje de género se posicionó en un espacio que en su momento fue
controlado ampliamente por la lógica patriarcal -puede que siga siéndolo, las
luchas nunca acaban, el cambio es constante-. La academia y su modo objetivo de ver la realidad encierra en si mísmo una carácteristica asociada con la masculinidad tradicional, situación denunciada por Sandra Harding, pero eso será tema para otro día.
Retomando el tema del género, su uso como
sustituto de “mujeres” implica necesariamente información respecto a los
hombres, convirtiéndose de este modo, en una categoría relacional. Con ello se
expulsaron aquellas explicaciones “naturalistas” o biológicas que justifican la
desigualdad entre hombres y mujeres; por el contrario, cuestiona y pone en
evidencia los roles asignados a cada sexo, culminando en una jerarquización que
somete a una gran parte de la humanidad, es decir, ya la “naturaleza natural”
de los seres humanos es cuestionada y sustituida por la “naturaleza social”, y
así, son posibles las transformaciones y acciones que liberen a las personas de
sus encadenamientos.
En
el caso específico de la masculinidad, el género expone la existencia de
mandatos, encargos y demandas que son independientes a la voluntad del
individuo; convirtiéndose en una serie de encargos que cada hombre recibe y
expresa en su vida cotidiana de manera particular. Dichas expresiones, al ser
construcciones sociales responden a un proceso de socialización que impregnan al individuo de pensamientos que repercuten en sus acciones a lo largo de su
vida.
Con
respecto a este último planteamiento cabe señalar que, según Salas (s.f.), la
socialización masculina es considerada violenta, preparando las bases para que
los hombres puedan tornarse agresivos, señala que “Ser hombre no es ser
violento porque sí; pero la masculinidad si acerca cotidianamente a los hombres
a las situaciones y mecanismos en los que la violencia prende con facilidad.” (pág. 52) .
En
consecuencia, la masculinidad ha sido asumida por los hombres debido a sus
procesos de socialización, y es por ello que resulta imperante relacionar este
tema con el género, ya que de este son consecuencia los mandatos,
comportamiento y mecanismos de resolución de problemas de los hombres. A
continuación se explicará brevemente algunas líneas de estos procesos de
socialización que definen una identidad masculina “Genérica Tradicional”.
Masculinidad Genérica Tradicional
El
ser hombre es un proceso aprendido desde la infancia de la persona. Surge desde
esos primeros momentos en que se mencionan normas como: “Los hombres no
lloran”, “Hable como un machito”, “¿Qué es eso de hablar con ademanes?” o
incluso “Desde hoy usted es el hombre de la casa”. Estas frases son repetidas
diariamente por muchas familias, y, aunque no lo parezcan, una vez dichas son
muy difíciles de olvidar.
Todo
ese proceso suscitado, tanto en la familia como en otros espacios, fomenta una imagen de hombre a alcanzar para
lograr la aceptación en la sociedad, o en el peor de los casos –según la lógica
patriarcal- no ser motivo de mofa por no adecuarse a los parámetros oficiales
de lo que implica ser un hombre.
Según
Corsi, la identidad masculina tradicional se construye a partir de dos procesos
psicológicos simultáneos: un hiperdesarrollo del yo exterior (actuar, hacer,
lograr) y una gran represión de la esfera emocional. Estos dos procesos buscan
dibujar la figura del supeusto ganador, es decir, aquel ser que debe exhibir
seguridad por medio de un autocontrol de
sus sentimientos, logrando ocultar cualquier debilidad; debilidad asociada con
cualquier rasgo femenino. Es por ello que es común que los hombres oculten sus
tristezas, miedos, dolores, u otras muestras de emoción.
Ésta
construcción de la identidad de género masculina se realiza en una completa
oposición a la identidad femenina. A partir de esto, Corsi identifica nueve mitos
fomentados en el proceso de formación de la identidad masculina.
- 1. La masculinidad es la forma genérica más valorada.
- 2. Son prueba de masculinidad las exhibiciones de poder, dominación y competencia.
- 3. En contraparte al punto anterior, los sentimientos y emociones son signos de feminidad que deben ser evitados.
- 4. El autocontrol y control de los demás es un requisito para que el hombre se sienta seguro.
- 5. La manera racional y lógica con la cual el hombre aborda un problema es superior a otras.
- 6. El éxito masculino está ligado con la subordinación de la mujer por medio del poder y el control en la relación.
- 7. El principal medio para probar la masculinidad es la sexualidad; la ternura y sensualidad son características femeninas y por ende han de ser evitadas.
- 8. Otro indicador de la masculinidad es el éxito en la profesión laboral.
- 9. En relación con el anterior, la autoestima se apoya en los logros alcanzados en la vida laboral.
Estos
elementos se interrelacionan e influyen en varias dimensiones de la vida
cotidiana de los hombres, una de éstas es la sexualidad, la cual es relacionada
por el patriarcado como un símbolo de virilidad, y en consecuencia, de poder.
Los primeros estudios que permiten entender esta dinámica fueron los trabajos
de las feministas, sin ellos el cuestionamiento de estos mitos no se hubiera
logrado.
En
primer lugar, una reflexión realizada por estos estudios fue la manera en que las manifestaciones de la sexualidad femenina
son reprimidas desde el momento en que la mujer esl considerársle un objeto
sexual del hombre; en consecuencia, una de la primeras luchas de parte de estos
grupos fue la liberación sexual de la mujer.
Esta
dinámica es diferente para los hombres, mientras a las mujeres se les reprimía
su sexualidad en los hombres era altamente motivada como símbolo de
masculinidad. Estas ideas son divulgadas por un sistema patriarcal; según Monsiváis
citado por Montesinos el machismo es: “[…]
una categoría que nos presenta (a los hombres), en gran medida, como seres
agresivos, opresores, narcisistas, inseguros, fanfarrones, mujeriegos, grandes
bebedores, poseedores de una sexualidad incontrolable.” (2002, pág.
96) .
Para
autores mexicanos el término “Macho” se expande después de las luchas
revolucionarias en ese país. Este término se convirtió en una herencia social
evitando la duda respecto a los valores que su significado encierra, dentro de
éstos se encuentra la constante oda a la virilidad, entendida como la indiferencia
al peligro, e incluso, a la muerte. Mas su esencia también contiene un menosprecio
a las cualidades femeninas, reafirmando así, su autoridad en cualquier nivel en
presencia de las mujeres.
Esta
lógica exhibe una actitud directamente relacionada con el “Macho”: la tendencia
a desvalorizar a la mujer para valorizarse a sí mismo. Estas ideas se reflejan
en la forma en que la mujer es exhibida como un objeto sexual a dominar por
parte del hombre en la dinámica
reproductiva.
En
este punto es necesario abrir un paréntesis para referirnos brevemente al
término “Macho”. Según la fuente consultada, esta palabra fue concebida durante
la Revolución Mexicana para hacer referencia
a las clases campesinas y trabajadoras de ese entonces. En palabras de Monsivaís:
De la crítica cultural se desprende
una sentencia: el machismo es concepto
popular, mal típico de las clases inferiores, delito que se agrega a los
otros de la pobreza. En principio, un macho es un pobre al que sólo le quedan
como recursos para hacerse notar la indiferencia ante la muerte propia o el
dolor ajeno. La burguesía se actualiza lo suficiente para sonreír irónicamente
ante los albañiles que golpean a sus mujeres o tienen demasiados hijos en
demasiada partes, y, además, el de proceso de modernización que el país atraviesa
el país atraviesa también por las mujeres, por su presencia simbólica en la
política y efectiva en el trabajo. El machismo queda como el espejo deformado a
donde se asomarían, sonrientes y sometidas, las clases subalternas. (Monsiváis
citado por Montesinos, pág. 96, 2002).
Ahora
bien, el término “Macho” presentado anteriormente corresponde a un contexto determinado, y no
se pretende englobar a las diferentes concepciones que se tenga de la palabra;
por ejemplo en Costa Rica “Macho” y “Macha” se le dice a las personas que
tengan el cabello color rubio, o similar. Para fines de este pequeño ensayo se
retoma la palabra macho para destacar aquellos aspectos que influyen en la
construcción de la “masculinidad tradicional”.
No
obstante lo que importa señalar es que muchos comportamientos y actitudes del
Macho se identifican con las conductas incorporadas en la Masculinidad Tradicional.
Todo ello se confabula en las relaciones de los hombres con otros grupos y
personas, asignando roles y comportamientos en cada espacio, ya sea laboral,
sentimental o personal, que al final tiene sus consecuencias al cuestionárselas.
Uno
de estos espacios es la familia en donde tradicionalmente al hombre se le asignó
el rol de proveedor. Este papel se pone en duda con la incorporación de las
mujeres en el mercado laboral. No hemos de perder de vista que la inserción de
la mujer en el trabajo es una conquista de éstas en el espacio público, pero
con una consecuencia importante para los hombres: una crisis de identidad
masculina.
De
repente, el rol de proveedor de la familia es algo que no es exclusivo del hombre.
Aquellas mujeres que históricamente habían sido recluidas al hogar, al cuido de
los niños, a la escoba, al escondite, incursionaron en un espacio que era
pensado solo para los hombres. Un cambio, que para muchas personas resulta
superficial genera un gran impacto en aquellos que ven su poder sometido a
prueba; las dudas afloran: ¿Será que ella me va a quitar el trabajo?, ¿Si tengo
una mujer por jefe, seré menos hombre?, o incluso, ¿Cómo haré pasa sentirme
igual de hombre cuando una mujer realiza mi misma labor, e incluso mejor?
Todas
estas magnas preguntas incitan a una crisis, las llamadas crisis de la
masculinidad. Tal como su nombre lo indica, una crisis es una etapa de cuestionamiento
del ser un momento dado de su vida, con
el potenciar de generar grandes cambios, resistencias o retrocesos. Los mitos,
serán eso, mitos y se abren campo para nuevas posibilidades. Ideas
descabelladas para ese entonces como al acercamiento del hombre al espacio
privado son posibles. Pero, no se ha de perder de vista, que es un proceso
difícil de conformar, no se forja de la noche a la mañana. Eso, será un tema
que abordaré en otro escrito; no es fácil escribir y realizar la introspección con
cada nudo, con cada letra, con cada desafío que busca transformar al sujeto.
“Escribir,
reflexionar y soñar; tres verbos, para mí, un primer paso hacia la
transformación del sujeto.
Podrás
llamarme loco, pero prefiero dibujar mi propio camino que los caminos forjen mi
andar” Ed.
Bibliografía
Montesinos, R. (2002). Las
Rutas de la Masculinidad. Barcelona, España: Editorial Gedisa S.A.
Salas, J. (s.f.). Hombres que Rompen Mandatos.