lunes, 11 de mayo de 2015

Amar en estos tiempos es un acto revolucionario.
Edwin Chacón.
“La auténtica revolución tiene su base en el amor.”
Ernesto Guevara

Las paredes hablan, tienen su mensaje oculto, sus letras subversivas señalan puntos de vista a quienes pasan a su lado, la mayoría de veces indiferentes, pero este no es el caso. Una agrietada pintura se convierte en el reposo de un reclamo, atrapa una mirada e invita a la reflexión: “Amar en estos tiempos es un acto revolucionario”. Varias vivencias han de haber ocurrido para escribir estas líneas, eso no importa, el sentir y las cadenas rotas producto de ello sí.

El mensaje de la pared da mucho que pensar, a nivel personal dos escenarios emergen. El primero en donde no se dan las condiciones aptas para amar y un segundo en donde se generan prácticas que niegan cualquier tipo de amor, ambos son dos puntas de un mismo lazo, es decir,  el contexto y la acción diaria. Es un dilema casi elemental en cualquier etapa de la vida, talvez incluso superado para algunos, para otros son retos que nunca acaban,  debates que se presentan en distintos años, en condiciones muy diferentes, y lo que es más importante, con grupos de individuos que marcan tu vida.

Es en este ir y venir temporal en el cual se nota la influencia del momento en que creces. Ideas vagas, valores y falsas promesas que edifican al ser como inconexo con quienes le rodean, así como una batalla campal en donde se dice que prevalecerá el o la  más fuerte de fondo, se venden como verdades absolutas e innegables que dan poco espacio para la duda. Claro, porque dudar y  dar otro enfoque a la historia también es un determinante con el cual se lucha a diario. Es así que contemplar a los demás imposibilita una definición clara de un conjunto, casi que de un nosotros, si la palabra se me es permitida.

Completa lo anterior, prácticas diarias en la cuales lo primordial es la persona en sí, poco importa las relaciones que entablas, ni los efectos, cicatrices y desdenes que esto genere, parece ser el mensaje, todo es válido mientras el bienestar y satisfacción personal sean satisfechas. Tal como dije anteriormente, ambas puntas del lazo se conjugan para formar un nudo en el cual las condiciones que lo rodean siguen estáticas, pilares fundamentales para que nadie cambie, y, en el fondo perseguir y justificar relaciones desiguales de dominación. Es acá dónde uno se pregunta “¿Qué clase de amor es este que sirve de base para la desigualdad?”.

La respuesta se presenta como una práctica y fuente estática que se niega a ver otros artificios, denigrándoles, haciéndoles ver como lo ajeno, los pecados de los tiempos modernos, dicen algunos, la perversidad en sus más distintas formas; es acá donde se recuerda que ninguna promesa de cambio viene acompañada de tareas sencillas que no ameriten un sacrificio  personal, y en el mejor escenario, uno colectivo. Acá, la apuesta es otra.

Si, una apuesta, un todo o nada para quien escribe éstas palabras. Lejos de definiciones teóricas y rebuscadas, estas palabras son escritas desde el sentir, un sentir que no soporta la utilización de cuerpos y esperanzas para fines individuales, un sentir que clama por un cambio, sí, un ridículo espectro de amor que busca la liberación, porque no se puede decir que se ama si se tiene como condición el sometimiento de personas a voluntades que no son las propias.

Creo, que ese es el amor revolucionario. Haciendo una arriesgada analogía con las enseñanzas de un querido profesor, al igual que el machismo de derecha y el de izquierda no son iguales,  ya que el primero es consecuente con la explotación de hombres y mujeres para satisfacer fines perversos, el segundo se diferencia de éste por estar sustentado en promesas de bienestar mientras que al mismo tiempo  arrodilla, agrede, somete y hasta mata a quienes dice proteger, convirtiendo así a sus ejecutores en los  peores traidores existentes, así de radical es la línea que separa un amor tradicional-estático al revolucionario.

Un sentimiento de inmenso deseo por la transformación de las estructuras que violentan a las personas, acompañadas de prácticas individuales de respeto, ajenas a cualquier idea de posesión, paternalismo o maternalismo –según sea el caso- han de ser coherentes en cada paso, en cada marcha, en cada verso, en cada beso, en cada abrazo , en cada encuentro montando un ritmo que resuene en lo más profundo del temor al cambio. En ello, no dudo que habrá contradicciones, y sé que las hay, de quienes en nombre de este cambio sostienen sogas, flagelo y dolor, pero esto no es nada nuevo, ni se erradicará en un latido, pero si costará de muchos para no caer en la desesperación.

Acá no se trata de señalar, ni de culpar, sino de expresar una idea aferrada y oculta en esta dicotomía razón-sentir. De momentos oscuros de derrota a escaladas súbitas de esperanza que valida hoy, cada vez más las palabras de Don Ernesto: “La auténtica revolución tiene su base en el amor.” Es con esa idea, que muchos pasos serán marcados, una moneda será lanzada al aire, algunos “te quiero” serán susurrados en un trecho nuevo, porque al fin y al cabo no son los caminos los que determinan nuestro destino sino que éste es forjado con nuestro andar.

Marcha de las Putas, San José, Costa Rica 2011.



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