Amar en estos tiempos es un acto revolucionario.
Edwin Chacón.
“La auténtica revolución tiene su base en el amor.”
Ernesto Guevara
Las paredes hablan, tienen su
mensaje oculto, sus letras subversivas señalan puntos de vista a quienes pasan
a su lado, la mayoría de veces indiferentes, pero este no es el caso. Una
agrietada pintura se convierte en el reposo de un reclamo, atrapa una mirada e
invita a la reflexión: “Amar en estos tiempos es un acto revolucionario”.
Varias vivencias han de haber ocurrido para escribir estas líneas, eso no
importa, el sentir y las cadenas rotas producto de ello sí.
El mensaje de la pared da mucho
que pensar, a nivel personal dos escenarios emergen. El primero en donde no se
dan las condiciones aptas para amar y un segundo en donde se generan prácticas
que niegan cualquier tipo de amor, ambos son dos puntas de un mismo lazo, es
decir, el contexto y la acción diaria.
Es un dilema casi elemental en cualquier etapa de la vida, talvez incluso
superado para algunos, para otros son retos que nunca acaban, debates que se presentan en distintos años, en
condiciones muy diferentes, y lo que es más importante, con grupos de
individuos que marcan tu vida.
Es en este ir y venir temporal en
el cual se nota la influencia del momento en que creces. Ideas vagas, valores y
falsas promesas que edifican al ser como inconexo con quienes le rodean, así
como una batalla campal en donde se dice que prevalecerá el o la más fuerte de fondo, se venden como verdades
absolutas e innegables que dan poco espacio para la duda. Claro, porque dudar
y dar otro enfoque a la historia también
es un determinante con el cual se lucha a diario. Es así que contemplar a los
demás imposibilita una definición clara de un conjunto, casi que de un
nosotros, si la palabra se me es permitida.
Completa lo anterior, prácticas
diarias en la cuales lo primordial es la persona en sí, poco importa las
relaciones que entablas, ni los efectos, cicatrices y desdenes que esto genere,
parece ser el mensaje, todo es válido mientras el bienestar y satisfacción
personal sean satisfechas. Tal como dije anteriormente, ambas puntas del lazo
se conjugan para formar un nudo en el cual las condiciones que lo rodean siguen
estáticas, pilares fundamentales para que nadie cambie, y, en el fondo perseguir
y justificar relaciones desiguales de dominación. Es acá dónde uno se pregunta
“¿Qué clase de amor es este que sirve de base para la desigualdad?”.
La respuesta se presenta como una
práctica y fuente estática que se niega a ver otros artificios, denigrándoles,
haciéndoles ver como lo ajeno, los pecados de los tiempos modernos, dicen
algunos, la perversidad en sus más distintas formas; es acá donde se recuerda
que ninguna promesa de cambio viene acompañada de tareas sencillas que no
ameriten un sacrificio personal, y en el
mejor escenario, uno colectivo. Acá, la apuesta es otra.
Si, una apuesta, un todo o nada
para quien escribe éstas palabras. Lejos de definiciones teóricas y rebuscadas,
estas palabras son escritas desde el sentir, un sentir que no soporta la
utilización de cuerpos y esperanzas para fines individuales, un sentir que
clama por un cambio, sí, un ridículo espectro de amor que busca la liberación,
porque no se puede decir que se ama si se tiene como condición el sometimiento
de personas a voluntades que no son las propias.
Creo, que ese es el amor
revolucionario. Haciendo una arriesgada analogía con las enseñanzas de un
querido profesor, al igual que el machismo de derecha y el de izquierda no son
iguales, ya que el primero es consecuente
con la explotación de hombres y mujeres para satisfacer fines perversos, el
segundo se diferencia de éste por estar sustentado en promesas de bienestar
mientras que al mismo tiempo arrodilla,
agrede, somete y hasta mata a quienes dice proteger, convirtiendo así a sus
ejecutores en los peores traidores
existentes, así de radical es la línea que separa un amor tradicional-estático
al revolucionario.
Un sentimiento de inmenso deseo
por la transformación de las estructuras que violentan a las personas, acompañadas
de prácticas individuales de respeto, ajenas a cualquier idea de posesión, paternalismo
o maternalismo –según sea el caso- han de ser coherentes en cada paso, en cada
marcha, en cada verso, en cada beso, en cada abrazo , en cada encuentro montando
un ritmo que resuene en lo más profundo del temor al cambio. En ello, no dudo
que habrá contradicciones, y sé que las hay, de quienes en nombre de este
cambio sostienen sogas, flagelo y dolor, pero esto no es nada nuevo, ni se
erradicará en un latido, pero si costará de muchos para no caer en la
desesperación.
Acá no se trata de señalar, ni de culpar, sino de expresar una idea aferrada y oculta en esta dicotomía razón-sentir. De momentos oscuros de derrota a escaladas súbitas de esperanza que valida hoy, cada vez más las palabras de Don Ernesto: “La auténtica revolución tiene su base en el amor.” Es con esa idea, que muchos pasos serán marcados, una moneda será lanzada al aire, algunos “te quiero” serán susurrados en un trecho nuevo, porque al fin y al cabo no son los caminos los que determinan nuestro destino sino que éste es forjado con nuestro andar.
Marcha de las Putas, San José, Costa Rica 2011.
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