viernes, 25 de enero de 2013


Feminismo y Masculinidad: El inicio de la Crisis.


Muchos años han pasado, los dígitos se acumulan a nuestra colección de edades y de la mano de este proceso han emergido muchos cambios. Las transformaciones que el tiempo marca no son fortuitas y develan ese carácter cambiante de nuestro cuerpo.

Pero no solo nosotros y nosotras cambiamos, también lo hace nuestro entorno, sus ideas y formas de ver el mundo y vernos en él se mueven, nos movemos. Éstas pequeñas transformaciones recalcan aquella vieja idea de un filósofo alemán que se cita más o menos de la siguiente manera: “No existe naturaleza humana natural, sino naturaleza humana social”. ¡Vaya¡, es fácil escribirla, pero cómo cuesta encontrarle significado con nuestro andar.

Y he ahí lo importante, nuestro andar no está determinado “naturalmente”, por el contrario es una construcción colectiva que la humanidad forja con cada decisión, cada momento, cada respiro,  cada pasión es fundamental para formar el camino. Y es así que nuestra manera de ver el mundo cambia también; los logros del  pasado, nuestras  incontables luchas -algunas heredadas, otras iniciadas por cuenta propia- hacen eco al día de hoy forjando una bandera que incita nuevas puntadas con cada paso que demos.

Sin duda alguna, uno de los grandes legados que nos permiten el día de hoy abordar el tema de la masculinidad son los estudios de género, éstos nos brindan grandes ventanas para mirarnos a nosotros mismos en relación con los demás, entretejer un dilema y esbozar diversas soluciones, nunca finales, nada es final cuando se vive con pasión.

Un posible primer paso para entendernos y realizar una transformación es empezar con una idea señalada por Kimmel y la cual es retomada por Montesinos, dice así: “[…] masculinidad y feminidad son construcciones relacionales […] nadie puede comprender la construcción de la masculinidad o de la feminidad sin que la una haga referencia a la otra.” (2002, pág. 13).

Así, el pasado nos exige que sigamos con el cambio, ese pasado está en el legado de los abordajes de género, los cuales posibilitan  contemplar la forma en que la masculinidad y la feminidad están relacionadas entre sí. Por tanto,  es posible pensar que al analizar los cambios, conquistas, transformaciones e incluso - por qué no decirlo- retrocesos que de cada “género” modifica la transformación de su  supuesta “contraparte”. Este texto, pretende plantear las bases para analizar las crisis de la masculinidad, para ello se describirá brevemente las posibilidades que se asoman gracias a los estudios feministas para esta labor. Para ello es necesario  definir el género; se retomará la siguiente definición aportada por Salas quien lo considera como el:

[…] conjunto de normas atribuidas a los varones o a las mujeres, según los cánones espacio-temporales de los diferentes grupos humanos. […] son aquellas sobredeterminaciones socioculturales que los grupos humanos imponen a sus integrantes, tomando como base su dotación biológica. Es decir, el género se construye, sobre todo, a partir del sexo, pero lo trasciende. (Salas, pág. 57)

Estas palabras revelan ante nosotros y nosotras la manera en que el género es una elaboración social, mientras que el sexo es de carácter biológico; la relación entre ambos conceptos recae en la asignación de roles y patrones de comportamiento tomando como base la dimensión biológica; dichas características encerradas en  cada género son interiorizadas en las personas a lo largo de su vida; de la misma manera que son interiorizadas, se espera que también puedan ser modificadas.

Retomando la categoría género,  Joan W. Scott plantea que la mayoría de los enfoque utilizados por los y las historiadoras señalan como el género pertenece a dos categorías, una descriptiva, es decir, la existencia de realidades sin explicación o atribución de realidad; y la otra casual: “teoriza sobre la naturaleza de los fenómenos o realidades buscando comprender cómo y por qué adoptan la forma que tienen.”(Scott citado por Montesinos, pág. 24, 2002).

No hemos de perder de vista que la construcción de la concepciones respecto al género fueron determinadas en un contexto preciso,  que de una u otra manera condicionó su abordaje. Esto se ve con claridad en la concepción descriptiva el género, el cual fue utilizado como sinónimo de “mujer”, incluso, en algunos trabajos de la época la palabra mujer  fue sustituida por género.

En ese entonces, con los nacientes estudios de género, muchos y muchas estudiosas utilizaron la palabra género como sinónimo de “mujer” con la finalidad de obtener legitimidad académica, separando así el discurso académico de la práctica política feminista, en palabras de Scott: “Género suena más neutral y objetivo que mujeres.” (pág. 29).

Estas palabras pueden que causen un poco de controversia, mas es preciso recordar que muchas de estas luchas también tuvieron lugar en el ámbito académico para posicionar la categoría y las reflexiones de quienes la estudiaron. Gracias a ello, el abordaje de género se posicionó en un espacio que en su momento fue controlado ampliamente por la lógica patriarcal -puede que siga siéndolo, las luchas nunca acaban, el cambio es constante-. La academia y su modo objetivo de ver la realidad encierra en si mísmo una carácteristica asociada con la masculinidad tradicional, situación denunciada por Sandra Harding, pero eso será tema para otro día.

Retomando el tema del género,  su uso como sustituto de “mujeres” implica necesariamente información respecto a los hombres, convirtiéndose de este modo, en una categoría relacional. Con ello se expulsaron aquellas explicaciones “naturalistas” o biológicas que justifican la desigualdad entre hombres y mujeres; por el contrario, cuestiona y pone en evidencia los roles asignados a cada sexo, culminando en una jerarquización que somete a una gran parte de la humanidad, es decir, ya la “naturaleza natural” de los seres humanos es cuestionada y sustituida por la “naturaleza social”, y así, son posibles las transformaciones y acciones que liberen a las personas de sus encadenamientos.

En el caso específico de la masculinidad, el género expone la existencia de mandatos, encargos y demandas que son independientes a la voluntad del individuo; convirtiéndose en una serie de encargos que cada hombre recibe y expresa en su vida cotidiana de manera particular. Dichas expresiones, al ser construcciones sociales responden a un proceso de socialización que impregnan al individuo de pensamientos que repercuten en sus acciones a lo largo de su vida.

Con respecto a este último planteamiento cabe señalar que, según Salas (s.f.), la socialización masculina es considerada violenta, preparando las bases para que los hombres puedan tornarse agresivos, señala que “Ser hombre no es ser violento porque sí; pero la masculinidad si acerca cotidianamente a los hombres a las situaciones y mecanismos en los que la violencia prende con facilidad.” (pág. 52).

En consecuencia, la masculinidad ha sido asumida por los hombres debido a sus procesos de socialización, y es por ello que resulta imperante relacionar este tema con el género, ya que de este son consecuencia los mandatos, comportamiento y mecanismos de resolución de problemas de los hombres. A continuación se explicará brevemente algunas líneas de estos procesos de socialización que definen una identidad masculina “Genérica Tradicional”.

Masculinidad Genérica Tradicional

El ser hombre es un proceso aprendido desde la infancia de la persona. Surge desde esos primeros momentos en que se mencionan normas como: “Los hombres no lloran”, “Hable como un machito”, “¿Qué es eso de hablar con ademanes?” o incluso “Desde hoy usted es el hombre de la casa”. Estas frases son repetidas diariamente por muchas familias, y, aunque no lo parezcan, una vez dichas son muy difíciles de olvidar.

Todo ese proceso suscitado, tanto en la familia como en otros espacios,  fomenta una imagen de hombre a alcanzar para lograr la aceptación en la sociedad, o en el peor de los casos –según la lógica patriarcal- no ser motivo de mofa por no adecuarse a los parámetros oficiales de lo que implica ser un hombre.

Según Corsi, la identidad masculina tradicional se construye a partir de dos procesos psicológicos simultáneos: un hiperdesarrollo del yo exterior (actuar, hacer, lograr) y una gran represión de la esfera emocional. Estos dos procesos buscan dibujar la figura del supeusto ganador, es decir, aquel ser que debe exhibir seguridad  por medio de un autocontrol de sus sentimientos, logrando ocultar cualquier debilidad; debilidad asociada con cualquier rasgo femenino. Es por ello que es común que los hombres oculten sus tristezas, miedos, dolores, u otras muestras de emoción.

Ésta construcción de la identidad de género masculina se realiza en una completa oposición a la identidad femenina. A partir de esto, Corsi identifica nueve mitos fomentados en el proceso de formación de la identidad masculina.


  • 1.      La masculinidad es la forma genérica más  valorada.
  • 2.      Son prueba de masculinidad las exhibiciones de poder, dominación y competencia.
  • 3.   En contraparte al punto anterior, los sentimientos y emociones son signos de feminidad que deben ser evitados.
  • 4.    El autocontrol y control de los demás es un requisito para que el hombre se sienta seguro.
  • 5.    La manera racional y lógica con la cual el hombre aborda un problema es superior a otras.
  • 6.    El éxito masculino está ligado con la subordinación de la mujer por medio del poder y el control en la relación.
  • 7.   El principal medio para probar la masculinidad es la sexualidad; la ternura y sensualidad son características femeninas y por ende han de ser evitadas.
  • 8.      Otro indicador de la masculinidad es el éxito en la profesión laboral.
  • 9.      En relación con el anterior, la autoestima se apoya en los logros alcanzados en la vida laboral.

Estos elementos se interrelacionan e influyen en varias dimensiones de la vida cotidiana de los hombres, una de éstas es la sexualidad, la cual es relacionada por el patriarcado como un símbolo de virilidad, y en consecuencia, de poder. Los primeros estudios que permiten entender esta dinámica fueron los trabajos de las feministas, sin ellos el cuestionamiento de estos mitos no se hubiera logrado.

En primer lugar, una reflexión realizada por estos estudios  fue la manera en que  las manifestaciones de la sexualidad femenina son reprimidas desde el momento en que la mujer esl considerársle un objeto sexual del hombre; en consecuencia, una de la primeras luchas de parte de estos grupos fue la liberación sexual de la mujer.

Esta dinámica es diferente para los hombres, mientras a las mujeres se les reprimía su sexualidad en los hombres era altamente motivada como símbolo de masculinidad. Estas ideas son divulgadas por un sistema patriarcal; según Monsiváis  citado por Montesinos el machismo es: “[…] una categoría que nos presenta (a los hombres), en gran medida, como seres agresivos, opresores, narcisistas, inseguros, fanfarrones, mujeriegos, grandes bebedores, poseedores de una sexualidad incontrolable.” (2002, pág. 96).

Para autores mexicanos el término “Macho” se expande después de las luchas revolucionarias en ese país. Este término se convirtió en una herencia social evitando la duda respecto a los valores que su significado encierra, dentro de éstos se encuentra la constante oda a la virilidad, entendida como la indiferencia al peligro, e incluso, a la muerte. Mas su esencia también contiene un menosprecio a las cualidades femeninas, reafirmando así, su autoridad en cualquier nivel en presencia de las mujeres.

Esta lógica exhibe una actitud directamente relacionada con el “Macho”: la tendencia a desvalorizar a la mujer para valorizarse a sí mismo. Estas ideas se reflejan en la forma en que la mujer es exhibida como un objeto sexual a dominar por parte del hombre en  la dinámica reproductiva.

En este punto es necesario abrir un paréntesis para referirnos brevemente al término “Macho”. Según la fuente consultada, esta palabra fue concebida durante la Revolución Mexicana  para hacer referencia a las clases campesinas y trabajadoras de ese entonces. En palabras de Monsivaís:

De la crítica cultural se desprende una sentencia: el machismo es concepto popular, mal típico de las clases inferiores, delito que se agrega a los otros de la pobreza. En principio, un macho es un pobre al que sólo le quedan como recursos para hacerse notar la indiferencia ante la muerte propia o el dolor ajeno. La burguesía se actualiza lo suficiente para sonreír irónicamente ante los albañiles que golpean a sus mujeres o tienen demasiados hijos en demasiada partes, y, además, el de proceso de modernización que el país atraviesa el país atraviesa también por las mujeres, por su presencia simbólica en la política y efectiva en el trabajo. El machismo queda como el espejo deformado a donde se asomarían, sonrientes y sometidas, las clases subalternas. (Monsiváis citado por Montesinos, pág. 96, 2002).

Ahora bien, el término “Macho” presentado anteriormente corresponde a un contexto determinado, y no se pretende englobar a las diferentes concepciones que se tenga de la palabra; por ejemplo en Costa Rica “Macho” y “Macha” se le dice a las personas que tengan el cabello color rubio, o similar. Para fines de este pequeño ensayo se retoma la palabra macho para destacar aquellos aspectos que influyen en la construcción de la “masculinidad tradicional”.

No obstante lo que importa señalar es que muchos comportamientos y actitudes del Macho se identifican con las conductas incorporadas en la Masculinidad Tradicional. Todo ello se confabula en las relaciones de los hombres con otros grupos y personas, asignando roles y comportamientos en cada espacio, ya sea laboral, sentimental o personal, que al final tiene sus consecuencias al cuestionárselas.

Uno de estos espacios es la familia en donde tradicionalmente al hombre se le asignó el rol de proveedor. Este papel se pone en duda con la incorporación de las mujeres en el mercado laboral. No hemos de perder de vista que la inserción de la mujer en el trabajo es una conquista de éstas en el espacio público, pero con una consecuencia importante para los hombres: una crisis de identidad masculina.

De repente, el rol de proveedor de la familia es algo que no es exclusivo del hombre. Aquellas mujeres que históricamente habían sido recluidas al hogar, al cuido de los niños, a la escoba, al escondite, incursionaron en un espacio que era pensado solo para los hombres. Un cambio, que para muchas personas resulta superficial genera un gran impacto en aquellos que ven su poder sometido a prueba; las dudas afloran: ¿Será que ella me va a quitar el trabajo?, ¿Si tengo una mujer por jefe, seré menos hombre?, o incluso, ¿Cómo haré pasa sentirme igual de hombre cuando una mujer realiza mi misma labor, e incluso mejor?

Todas estas magnas preguntas incitan a una crisis, las llamadas crisis de la masculinidad. Tal como su nombre lo indica, una crisis es una etapa de cuestionamiento del ser un  momento dado de su vida, con el potenciar de generar grandes cambios, resistencias o retrocesos. Los mitos, serán eso, mitos y se abren campo para nuevas posibilidades. Ideas descabelladas para ese entonces como al acercamiento del hombre al espacio privado son posibles. Pero, no se ha de perder de vista, que es un proceso difícil de conformar, no se forja de la noche a la mañana. Eso, será un tema que abordaré en otro escrito; no es fácil escribir y realizar la introspección con cada nudo, con cada letra, con cada desafío que busca transformar al sujeto.

“Escribir, reflexionar y soñar; tres verbos, para mí, un primer paso hacia la transformación del sujeto.
Podrás llamarme loco, pero prefiero dibujar mi propio camino que los caminos forjen mi andar” Ed.

Bibliografía


Montesinos, R. (2002). Las Rutas de la Masculinidad. Barcelona, España: Editorial Gedisa S.A.

Salas, J. (s.f.). Hombres que Rompen Mandatos.




2 comentarios:

  1. Me parecería interesante profundizar en la relación que existe entre la “debilidad” que mencionás y la feminidad, ya que a mi parecer la feminidad no es precisamente el afloramiento de las emociones, también en nuestra educación permean una serie de represiones y agresiones que nos indican cómo comportarnos, cómo sentir y como explorar el mundo que nos rodea, si bien diferente de los hombres, no menos violento. Esto en relación con la "completa oposición" a la que hacés referencia.

    Por lo demás felicitarte, se evidencia un interés especial por el tema, gran capacidad analítica y entrega a la investigación para elaborarlo.

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  2. Hola, antes de empezar quisiera agradecer tu respuesta, es genial que alguien me señale eso, muestra que leyó el texto.

    Bueno en primera instancia quisiera destacar que esa supuesta oposición es parte de las ideas que a los hombres se les fomenta por medio de la masculinidad tradicional, es decir, el afloramiento de sentimientos, cualquiera que estos sean, son cuasi síntomas de debilidad.

    Ésta debilidad a la que se hace referencia es el atentado a la masculinidad, aquellas muestras que abren el portillo para ponerla en duda. Recuerdo que hace mucho leí un autor que decía que para el sistema de ideas que fomentan los valores propios de una masculinidad "tradicional" se sostenga requiere de un delicado mantenimiento para que el mismo no encuentre su propia destrucción. De este modo, esta debilidad no es solo para el sujeto -que no sea desvalidado ante la sociedad como "hombre"- sino también para el sistema de valores que sostienen la masculinidad hegemónica, en tanto éstos se cuestionen y de ahí empiece un cambio.

    Por otra parte, lo que usted menciona respecto al sentir de la feminidad, y la manera en que lo planteas, he de admitir que es una forma de verlo cuya perspectiva no contaba esto debido a a mi propia formación en ese ciclo vicioso de la maculinidad tradicional, ciclo que pretendo romper algún día. ¿Cómo?, no sé. Ante esta falta de conocimiento respecto a este punto cualquier información, señalamiento o demás es bienvenido, de ese modo enriqueceremos este proceso. Sé muy bien que solo no podré lograrlo.

    Saludos cordiales.

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