"Y mi amor me corta la cara... pero soy solo un hombre más" Bersuit Vergarabat
Por lo general
muchas personas concuerdan al decir que las canciones son de quienes las
escriben, mas también es válido pensar que las mismas adquieren un especial
significado para quien las escucha, no solo por sus rimas, ritmos y colores;
sino también por el significado que apropia al oyente.
De todo existe en
el amplio mundo temporal de la música, tonadas que marcan vidas, letras que
evocan el amor en las parejas -quienes juran estar enamorados-, otras nos hacen
llorar convirtiéndonos en seres de pañuelo; pero otras simplementeo nos encadenan a la
reflexión obligando un viaje dedicado al sueño de la libertad.
De este último
grupo de canciones rescato una canción de Bersuit Vergarabat: "El tiempo no Para"; letras fuertes
en contenido, letras que ha dejado una gran enseñanza para continuar el camino sinuoso
que demanda nuestro recorrido: las formaciones de nuevas masculinidades.
Este recorrido no
es nuevo, gracias a la luchas que han encarnado los movimientos feministas a lo
largo de la historia hemos llegado a un puerto que cuestiona la masculinidad
"genérica" o "tradicional"; hemos quitado el velo a los mitos y cadenas de esa imagen
de hombre rudo, racional y sin sentimientos. En este punto las palabras se
agotan, y aparece el sentir, la crisis y por ende el cambio.
Recuerdo las
sabias palabras de un compañero de carrera que una vez me dijo: "Fíjate, el
patriarcado también es una cárcel para los hombres". Pasaron meses para
encontrarle sentido a esas palabras. ¿Cómo puede ser una cárcel las condiciones
que nos permiten tener poder en la sociedad?
Con el tiempo, y
gracias a esas tazas de café que iluminan las noches de oscuridad mental, hemos
caído en cuenta que al hombre se le ha conferido históricamente el poder en el
espació público; a la mujer se le ha confinado al privado con todo lo que ello
implica para ambos, desde la frialdad, hasta la sumisión del hogar; polos que encadenan a ambas partes. El poder está en todos lados, tanto en el
espacio público como en el privado, la cuestión es: ¿Estamos preparados para
confrontar el poder otorgado a lo privado?
En nosotros, las
cadenas son invisibles, pero al final lastiman con su fricción, tenemos poder
afuera pero que tanto se nos dificulta querer a otros, gran pecado para la
racionalidad de nuestro tiempo, hombre es aquel que no siente nos han dicho,
hombre es aquel que es fuerte, hombre es, y por tanto nunca será el que quiere.
Esas son las líneas de un mal cuento que nos aleja de las vivencias de lo "privado".
Y ahí es donde el
feminismo con sus grandes reflexiones respecto al género ha abierto un portillo,
esbozando un borrador para eliminar esas palabras, o en el mejor de los casos,
romper el papel de donde están escritas. Las conquistas de las mujeres en el
espacio público -entiéndase promulgación de derechos, conquista de trabajos
"tradicionalmente masculinos" entre muchos otras- generan una crisis
en la masculinidad "genérica".
Se pone en duda
que sea el hombre quien deba ser el proveedor de la familia,. Se caen abajo las
ideas forjadas en torno al sexo fuerte. Muchas personas pensarían que esta crisis
es negativa, mas es bien sabido que de las crisis también afloran nuevos
aprendizajes, esta palabra tan temida en el fondo tiene un aspecto positivo: el
vuelco de la mirada hacia el espacio privado, el negado, el prohibido;
encontrarse con ese poder privado del cual se nos ha alejado.
En consecuencia, las ideas de
antaño ligadas con el control y la falsa superioridad en la familia parecen ser lentamente
sustituidas por aperturas hacia esas características negadas: el cariño, los
sentimientos, la ternura; esos falsos pecados de mandamientos, no escritos en
piedra, pero si bien cultivados en nuestra mente.
Según la
socialización patriarcal, los hombres han de suprimir aquellos sentimientos débiles;
es un proceso largo que incluso en las paternidades toma forma, ya que, se ha
forjado la idea de que un requisito para ser buen padre es el control de los
miembros de la familia, luego el cariño. No se dieron cuenta, que ese control,
con el tiempo, aleja a los hombres del afecto de la familia y ni que decir de
sus hijos varones, quienes deben tener al figura de un padre frio.
La figura paterna durante años se ligo con el respeto a la autoridad, escudo que aleja a padres e hijos de la práctica de un amor sincero; por el contrario, los acercan a un cariño que hiere, porque no puede realizarse está acción de manera leal si de por medio está la verticalidad y la frialdad que priorizan la autoridad por encima de la persona que se ama.
La figura paterna durante años se ligo con el respeto a la autoridad, escudo que aleja a padres e hijos de la práctica de un amor sincero; por el contrario, los acercan a un cariño que hiere, porque no puede realizarse está acción de manera leal si de por medio está la verticalidad y la frialdad que priorizan la autoridad por encima de la persona que se ama.
Pero este imaginario
ha de quebrarse dando cabida a paternidades que promuevan el amor más que el respeto
a una falsa autoridad, esas han de ser nuestras letras. ¿O acaso estaremos
dispuestos a seguir dejando que ese amor, ese mal amor, nos corte la cara?
De este modo, escribiremos una nueva historia, no es un relato charlatán,
sino cuento de libertad, de personajes ficticios vueltos carne, de nosotros, de
ellas, hechos escenario, hechos realidad. Así, esas letras de canciones que nos
llevan a la introspección a desnudarnos nosotros mismos ante el desafío
histórico, quedaran como eso, canciones, emociones bien sentidas, interpretadas
y re direccionadas a nuevas acciones, nuevos amores que no corten, sino que
construyan.
Hemos ocultado
nuestras lágrimas,
también hemos
negado los "te quiero" sinceros,
no porque no
existan razones para llorar,
ni personas a
quien amar;
porque el patriarcado
también es una cárcel para los hombres.
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