martes, 15 de enero de 2013


"Y mi amor me corta la cara... pero soy solo un hombre más" Bersuit Vergarabat


Por lo general muchas personas concuerdan al decir que las canciones son de quienes las escriben, mas también es válido pensar que las mismas adquieren un especial significado para quien las escucha, no solo por sus rimas, ritmos y colores; sino también por el significado que apropia al oyente.

De todo existe en el amplio mundo temporal de la música, tonadas que marcan vidas, letras que evocan el amor en las parejas -quienes juran estar enamorados-, otras nos hacen llorar convirtiéndonos en seres de pañuelo; pero otras simplementeo nos encadenan a la reflexión obligando un viaje dedicado al sueño de la libertad.

De este último grupo de canciones rescato una canción de Bersuit Vergarabat: "El tiempo no Para"; letras fuertes en contenido, letras que ha dejado una gran enseñanza para continuar el camino sinuoso que demanda nuestro recorrido: las formaciones de nuevas masculinidades.

Este recorrido no es nuevo, gracias a la luchas que han encarnado los movimientos feministas a lo largo de la historia hemos llegado a un puerto que cuestiona la masculinidad "genérica" o "tradicional"; hemos quitado el velo a los mitos y cadenas de esa imagen de hombre rudo, racional y sin sentimientos. En este punto las palabras se agotan, y aparece el sentir, la crisis y por ende el cambio.

Recuerdo las sabias palabras de un compañero de carrera que una vez me dijo: "Fíjate, el patriarcado también es una cárcel para los hombres". Pasaron meses para encontrarle sentido a esas palabras. ¿Cómo puede ser una cárcel las condiciones que nos permiten tener poder en la sociedad?

Con el tiempo, y gracias a esas tazas de café que iluminan las noches de oscuridad mental, hemos caído en cuenta que al hombre se le ha conferido históricamente el poder en el espació público; a la mujer se le ha confinado al privado con todo lo que ello implica para ambos, desde la frialdad, hasta la sumisión del hogar; polos que encadenan a ambas partes. El poder está en todos lados, tanto en el espacio público como en el privado, la cuestión es: ¿Estamos preparados para confrontar el poder otorgado a lo privado?

En nosotros, las cadenas son invisibles, pero al final lastiman con su fricción, tenemos poder afuera pero que tanto se nos dificulta querer a otros, gran pecado para la racionalidad de nuestro tiempo, hombre es aquel que no siente nos han dicho, hombre es aquel que es fuerte, hombre es, y por tanto nunca será el que quiere. Esas son las líneas de un mal cuento que nos aleja de las vivencias de lo "privado".

Y ahí es donde el feminismo con sus grandes reflexiones respecto al género ha abierto un portillo, esbozando un borrador para eliminar esas palabras, o en el mejor de los casos, romper el papel de donde están escritas. Las conquistas de las mujeres en el espacio público -entiéndase promulgación de derechos, conquista de trabajos "tradicionalmente masculinos" entre muchos otras- generan una crisis en la masculinidad "genérica".

Se pone en duda que sea el hombre quien deba ser el proveedor de la familia,. Se caen abajo las ideas forjadas en torno al sexo fuerte. Muchas personas pensarían que esta crisis es negativa, mas es bien sabido que de las crisis también afloran nuevos aprendizajes, esta palabra tan temida en el fondo tiene un aspecto positivo: el vuelco de la mirada hacia el espacio privado, el negado, el prohibido; encontrarse con ese poder privado del cual se nos ha alejado.

En consecuencia, las ideas de antaño ligadas con el control y la falsa superioridad en la familia parecen ser lentamente sustituidas por aperturas hacia esas características negadas: el cariño, los sentimientos, la ternura; esos falsos pecados de mandamientos, no escritos en piedra, pero si bien cultivados en nuestra mente.

Según la socialización patriarcal, los hombres han de suprimir aquellos sentimientos débiles; es un proceso largo que incluso en las paternidades toma forma, ya que, se ha forjado la idea de que un requisito para ser buen padre es el control de los miembros de la familia, luego el cariño. No se dieron cuenta, que ese control, con el tiempo, aleja a los hombres del afecto de la familia y ni que decir de sus hijos varones, quienes deben tener al figura de un padre frio.

La figura paterna durante años se ligo con el respeto a la autoridad, escudo que aleja a padres e hijos de la práctica de un amor sincero; por el contrario, los acercan a un cariño que hiere, porque no puede realizarse está acción de manera leal si de por medio está la verticalidad y la frialdad que priorizan la autoridad por encima de la persona que se ama.

Pero este imaginario ha de quebrarse dando cabida a paternidades que promuevan el amor más que el respeto a una falsa autoridad, esas han de ser nuestras letras. ¿O acaso estaremos dispuestos a seguir dejando que ese amor, ese mal amor, nos corte la cara?

De este modo,  escribiremos una nueva historia, no es un  relato charlatán, sino cuento de libertad, de personajes ficticios vueltos carne, de nosotros, de ellas, hechos escenario, hechos realidad. Así, esas letras de canciones que nos llevan a la introspección a desnudarnos nosotros mismos ante el desafío histórico, quedaran como eso, canciones, emociones bien sentidas, interpretadas y re direccionadas a nuevas acciones, nuevos amores que no corten, sino que construyan.

Hemos ocultado nuestras lágrimas,
también hemos negado los "te quiero" sinceros,
no porque no existan razones para llorar,
ni personas a quien amar;
porque el patriarcado también es una cárcel para los hombres.

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